Fuente: CUBARTE
La recién concluida Conferencia Mundial sobre Desarrollo Sostenible (Río +20) tuvo la virtud de generar todo tipo de expectativas. Sin embargo, salvo por el hecho de que al menos se logró un documento de consenso y no un fiasco absoluto como el de Copenhague, no parece haber nadie satisfecho a plenitud con sus resultados.
El documento adoptado como resultante de la Cumbre lleva por título “El futuro que queremos”, dando la impresión de un gran supuesto compartido. Sin embargo, su texto revela la persistencia de importantes diferencias de enfoque y perspectiva entre los diferentes países, o por mejor, decir, entre los diferentes intereses representados en la discusión.
El germen de las contradicciones latentes en los asuntos en juego puede encontrarse desde los mismos preparativos de la Conferencia. Con un optimismo inspirado seguramente por miras altruistas, la Secretaría General de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) había avanzado desde el mes de marzo que «Río+20 representa una oportunidad para redefinir la visión del desarrollo futuro que los países quieren alcanzar. “
De acuerdo con la visión de esta competente experta “(El) establecimiento de objetivos comunes, basados en indicadores de desarrollo sostenible podría acelerar la transición hacia la plena internalización de los costos ambientales y sociales en la economía y a un cambio en los patrones de producción y consumo hacia la sostenibilidad»,
Casi en vísperas del inicio de los trabajos la presidenta de Brasil, Dilma Roussef, había reclamado que la Conferencia debía “asumir compromisos con el desarrollo sostenible”. En la visión de la mandataria “(E)sas responsabilidades son comunes a todos, pero tienen que ser diferenciadas de acuerdo con la situación económica, social y cultural de cada país».
Se trataría, siempre de acuerdo con su expectativa, de encontrar “un camino para que las naciones puedan mantener el crecimiento económico con inclusión social y, al mismo tiempo, proteger y preservar el medio ambiente”.
De otra parte, poderosos intereses económicos internacionales, con la cobertura “técnica” del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) expresaron su aspiración a que la Conferencia respaldara decididamente el polémico enfoque de “economía verde” como solución casi mágica para la solución de los problemas ambientales del desarrollo económico.
A fin de cuentas la declaración emanada de la Conferencia, aunque aceptada por todos, no satisfizo prácticamente a nadie. Al decir de la veterana periodista independiente británica residente en Ecuador, Sally Burch, el documento en cuestión es “una mezcla contradictoria de afirmaciones, recomendaciones, reconocimientos y algunos compromisos, donde se yuxtaponen enfoques de desarrollo, propuestas empresariales y visiones de nuevos paradigmas.”
Visto desde otro ángulo, un participante directo en las sesiones de la cumbre me comentaba que más que el futuro deseable, el documento en cuestión más bien reflejaba los problemas del pasado y las contradicciones del presente.
Un punto en el que coinciden diversos observadores es que en el evento, y aún en el documento final, se puso de manifiesto una fuerte presión por parte de sectores empresariales por legitimar un papel preeminente a la iniciativa privada en la administración efectiva de los recursos ambientales e incluso en las eventuales acciones de “cooperación internacional “.
En un artículo en el diario La Jornada, el economista mexicano Alejandro Nadal ha denunciado lo que califica como “sumisión al capital financiero”, que puede encontrarse en mecanismos propugnados por el PNUMA como los llamados “bonos verdes”, “bonos de carbono”, “activos de propiedad verde” y otros. Nadal se pregunta con razón si el desarrollo de estos mercados novedosos proviene de la búsqueda de espacios de rentabilidad en un mundo en el que la economía real permanece estancada.
En relación con este último aspecto, el investigador azteca recuerda el hecho, ignorado de manera consciente o no por quienes propugnan las citadas fórmulas, de que una proporción significativa de la montaña de recursos en manos del sector financiero es riqueza puramente contable, la cual proviene de un típico proceso de inflación de activos, o para decirlo más claro, de una burbuja especulativa. La crisis financiera en curso es justamente la forma en la que se destruye ese patrimonio que sólo existe en la contabilidad.”
Probablemente el punto de mayor contradicción interna es la reiterada alusión al “crecimiento económico sostenido, incluyente y equitativo”. Este concepto resulta atrayente desde el punto de vista de las aspiraciones legítimas de los países en desarrollo, que están necesitados de recurso para atender las ingentes necesidades de grandes masas desposeídas, pero resulta engañoso desde el punto de vista de la sostenibilidad ambiental.
En definitiva, con formulaciones como esa se pretende evadir el dilema principal que subyace en los actuales problemas ambientales del Mundo: el modelo de crecimiento económico vigente NO puede ser sostenido por ser ambientalmente incompatible. Los patrones de producción y consumo que sustentan las economías más poderosas (y a los cuales apuntan también varias importantes economías emergentes) NO son sostenibles desde el punto de vista ambiental.
A simple vista pudiera pensarse, y no pocos así lo sostienen, que se trata de una cuestión soluble por la vía de los avances científicos y tecnológicos, los cuales deberían hacer posible detener el calentamiento global, el deterioro del entorno y poner fin al agotamiento irracional de los recursos naturales. Este “superoptimismo tecnológico” no es nuevo en la historia reciente de la Humanidad y se podría resumir en la aspiración de “hacer todo igual pero sin afectar el ambiente”.
Sin embargo son cada vez más los estudiosos que puntualizan que no son meros cambios operacionales los que se requieren para revertir el actual camino hacia el abismo ecológico. Por el contrario, el problema de fondo es que hay que detener el actual modelo expansivo de crecimiento económico y el tipo de relaciones económico-mercantiles que de él se derivan.
En su lugar, se requiere dar paso a formas más racionales de consumo, que tengan como sustento formas de producción más “limpias”, lo que supone consumos energéticos basados en fuentes energéticas renovables y procesos optimizados de producción material, con énfasis en la reducción al mínimo de los desechos agresivos para el ambiente y una amplia utilización de materiales reciclados.
El asunto resulta peliagudo si se tiene en cuenta que, como había señalado con singular acierto Ignacio Ramonet en los días previos a la Cumbre “… en Europa, los ciudadanos reclaman, con razón, más crecimiento para salir de la crisis; pero en Río, los ecologistas advertirán que el crecimiento —si no es sostenible— significa siempre mayor deterioro del medio ambiente y mayor peligro de agotamiento de los limitados recursos del planeta”
Dentro de su notoria diversidad (en ocasiones fuente de contradicciones), la discusión llevada adelante por las organizaciones sociales en la llamada Cumbre de los Pueblos puso sobre el tapete algunas ideas que pueden servir de pautas en el camino hacia la superación del actual estado de cosas.
Una de esas pautas enrumbadas hacia el futuro necesario es la de una transición gradual entre el modelo antropocéntrico de civilización hasta ahora dominante y el paso consciente hacia una civilización que ponga el énfasis en la conservación de la vida e incluya no solo el reconocimiento de los llamados derechos de la Naturaleza sino toda una redefinición del concepto del “vivir bien” que le permita separarse definitivamente del crecimiento económico incontrolado.
Por su parte el teólogo Leonardo Boff, citado por Prensa Latina, advirtió claramente en uno de los foros paralelos de la Cumbre que los Jefes de Estado son rehenes de un tipo de economía y de desarrollo que hace tiempo no está dando buen resultado, de un tipo de crecimiento económico que se pretende que sea sostenible, pero en realidad degrada la naturaleza y crea grandes desigualdades sociales.
El propio pensador denunció que el número de personas que pasan hambre en el mundo pasó de 860 millones en 2007 a mil 400 millones en la actualidad y advirtió que para evitar la catástrofe anunciada, es preciso revisar no solo el modelo económico, sino también promover y rescatar un modo de convivencia más solidaria y cooperativa.
Lo cierto es que las limitaciones esenciales para seguir un rumbo sostenible están en la propia médula del sistema capitalista y para remontarlas se hace necesario superar el sistema mismo. Sin lugar a dudas, la ciencia y la tecnología pueden contribuir eventualmente y de manera relevante al logro de estas y otras metas necesarias. Pero la ciencia y la tecnología no pueden lograr por sí solas la modificación sustancial de los rasgos del actual modelo capitalista especulativo y depredador, que tiene al lucro como objetivo supremo y motor de su desempeño.
Es de desear que tal y como expuso a nombre de Cuba su presidente, Raúl Castro, se logre producir un cambio trascendental a nivel mundial, para cuyo logro tendrán que imponerse la sensatez y la inteligencia humana sobre la irracionalidad y la barbarie. Sólo así podremos llegar a tener el futuro que necesitamos.
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