Por: Guillermo Rodríguez Rivera
Fuente: CUBARTE
Todos recordamos aquella primera visita que hicieron Los Van Van a los Estados Unidos y claro, fueron contratados para tocar en la puerta caribeña de la nación del norte, Miami, y se supo de la descompuesta reacción de la ultraderecha cubana, que habló hasta de esas bombas que le han sido tan familiares, ahora para lanzarlas contra una orquesta que no traía sino alegría.
Pero acaso esos personajes habían escuchado bien a Van Van y no perdonaban lo que oían:
Mi son es para el obrero,
para el hombre que madruga,
que a veces, hasta en ayunas,
trabaja sin ningún pero.
Y, encima de eso, este canto al hombre de trabajo se llamaba Mi son entero, como para evocar también a Nicolás Guillén.
Pero Juan Formell, que sabía presentar credenciales cuando hacía falta o, simplemente, cuando quería, era sobre todo una representación de la alegría cubana. Los que somos más viejos, recordamos un bolero que compuso el venezolano Billo Frómeta casi al momento de arribar al poder la Revolución cubana. Antes de fundarse Radio Martí ―ya en tiempos de la presidencia de Reagan―, The Voice of America trasmitía un espacio que se titulaba Cuando Cuba reía. El espacio de La Voz de las Américas y el bolero de Frómeta ―que se titulaba, El son se fue de Cuba―, eran elementos de una intensa campaña que precedió a la invasión a Playa Girón; pero que se mantuvo después y presentaba una Cuba de la que había escapado el son “llorando de tristeza”. Frómeta terminaba el bolero con estos versos desolados, que la voz de Olga Guillot dramatizaba aún más al cantarlos:
Guajiro de mi tierra,
si pasas por La Habana,
no oirás risa cubana
porque el son se fue de allá.
Pero Los Van Van y Juan Formell ―componiendo para la orquesta que dirige―, nos entregaba la imagen de una Habana alegre, donde reinaba “la sandunguera que estaba por encima del nivel”, tanto como lo había estado la “Sabrosona” de la Orquesta Aragón. Una Habana tan alegre, que todo el mundo quería vivir en ella y por eso “no aguantaba más”; donde los “arquitectos del espacio” construían sus barbacoas, que querían suplir la insuficiente construcción de viviendas en el país. Porque Formell, en la mejor tradición de la guaracha cubana, era también capaz de satirizar a su sociedad; que no lo censuraba, sino que reía y bailaba con ocurrencias y con la perfecta maquinaria musical en la que se iban convirtiendo Los Van Van.
Músicos de otra manera de hacer, pero que sienten también el son y la música bailable de Cuba, han sido capaces de acercarse a Van Van. Estoy pensando en Silvio Rodríguez, en la hermosa Imaginada y en el criollísimo Llegué por San Antonio de los Baños.
Como lo fueron antes otras orquestas, Los Van Van se fueron convirtiendo en una proveedora de músicos para el panorama musical cubano. Cantantes como El Lele, Pedrito Calvo, el fugaz pero excelente Angelito Bonne, Mayito Rivera o Robertón, son voces que Van Van fijó de una vez en la música popular cubana, del mismo modo que lanzó orquestas como la de ese excelente pianista y compositor que es César Pedroso; o La Justicia, de Pedrito Calvo.
Van Van ―Formell― fue capaz de cambiar la composición de la charanga misma. Asumió los trombones salseros que sonaban en Dimensión Latina y en la orquesta de Willy Colón, y creó una sonoridad que ya las nuevas charangas estaban obligadas a asumir. La Charanga Habanera es, por muchas razones, su hija.
Nada. Tenía atravesadas las ideas de estos artículos desde hace mucho tiempo y, quién sabe por qué, ahora ha sido mi oportunidad de sacarlas a la luz y salir de ellas. Y de homenajear a Juan Formell y a Los Van Van.
Imágenes: Internet
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