El Tribunal Constitucional iba a fallar esta semana el recurso sobre el matrimonio homosexual, después de siete añitos de nada fabricando la respuesta, pero ahora dicen que dónde vamos con las prisas, que van a tardar un poco más. Y la verdad, si las casi veinticinco mil parejas de homosexuales que se han casado en estos años, y los hijos biológicos o adoptados de todas esas parejas, han podido hacer su vida hasta aquí sin que la sentencia les haya quitado el sueño, pueden tranquilamente esperar algo más. Según las filtraciones sobre el veredicto, el TC apoyará la norma, y la demora ha ido dando frutos que sólo se afianzan con el tiempo.
En estos años, por ejemplo, muchos militantes del PP han contraído matrimonio amparándose en esta ley. A algunos hasta los ha casado el ministro Gallardón, a quien estos temas mediáticos le arrancan su perfil más fotogénico y permisivo. Varios altos cargos del partido se han manifestado públicamente a favor de la norma, y otros, como el Secretario de derechos y libertades Iñaki Oyarzábal, han hecho pública su homosexualidad con el consabido escándalo de los medios consabidos. Así que el PP, que prometió revocar la ley si ganaba las elecciones, puede a estas alturas desear más que nadie un fallo favorable.
Estos años han servido también para que una institución como la Real Academia incluya en el diccionario otra acepción de la palabra matrimonio: “unión de dos personas del mismo sexo para establecer y mantener una comunidad de vida e intereses”. La definición no es baladí (parte de las invectivas contra la Ley se basaban en criterios etimológicos), y expresa la madurez de una sociedad laica y plural ante nuevas realidades familiares. Madurez incluso para admitir opiniones contrarias al matrimonio gay por parte de sectores tradicionales y retrógrados, particularmente de la Iglesia.
Hemos avanzado mucho en estos siete años, y puede decirse que no han sido en vano: los homosexuales han ganado no sólo en igualdad ante la ley, sino en reconocimiento y respeto, y todos (bueno, casi todos) nos hemos hecho más sensibles en cuanto a la aceptación y defensa de otras identidades. Me hago esta reflexión cuando veo jugar a mis vecinos Raúl y Lucas, que van a cumplir dos años, rodeados de muchos niños más y ante la vigilante mirada de sus dos madres. Me la hago también cuando escucho que, en opinión de los obispos, esa acepción nueva de matrimonio es “insólita e injusta”. Sinceramente, no se me ocurren adjetivos mejor elegidos para calificar los coletazos de una minoría que, en lugar de tratar de entender las preguntas, se empeña en gritar que tiene todas las respuestas. No es fácil así el diálogo, pero ojalá se dé algún día. Aunque tengan que pasar siete veces siete años.
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