Sara González. Foto: Kaloian
I
Después del interés que ha despertado el tema de las libretas de canciones, me pregunto si, para este domingo, me vendrá a la mente un asunto de interés. No quiero orientarme con demasiada frecuencia hacia las efemérides; sin embargo, es justo subrayar que un 15 de julio, en 1934, nació Enriqueta Almanza. Por estas fechas, como de costumbre, me he puesto a pensar en ella. Sin duda, a pesar de haberse orientado fundamentalmente hacia el piano; no obstante su dedicación al arte de orquestar, la inolvidable “Quetica” debe haber conservado en alguna gaveta o en alguno de esos revolicos que se nos arman a quienes andamos con papeles, algún cuaderno lleno de letras escritas con su trazo tan parejito, parecido al que ostentaba, con orgullo, La Burke.
II
La semana que acabamos de dejar atrás, fue portadora de otros dos asideros necesarios para la memoria musical de esta tierra nuestra. El jueves 12 se conmemoraba un aniversario más del nacimiento, en 1900, de Amadeo Roldán. (Siempre me gusta recalcar que ese mismo día de julio vinieron al mundo un par de cubanos tan luminosos como lo fueron Juan Gualberto Gómez y Marcelo Pogolotti. Cada vez que llegan estas fechas pienso -refiriéndome a Amadeo- en la mucha falta que nos hace recibir su legado musical con mayor frecuencia en los programas de concierto, poniendo -como dijo el poeta- “cerebro y corazón” ante la solidez y el poder de seducción de obras como sus Tres pequeños poemas, sus Rítmicas, su ballet La Rebambaramba (con libreto de Alejo Carpentier) o su Cuarteto para cuerdas, fruto -todos ellos– de su breve paso por la vida.
III
Luego llegó, el viernes 13 de julio, el primer cumpleaños en que nos faltan los “quieros”, los chistes, las carcajadas y el canto a toda voz de la gordita Sara*. Qué manera de hacerse extrañar aunque pongamos, uno a uno, sus discos o mientras más veces los hagamos sonar. Qué manera de quedarnos sin su gesto solidario, sin su desprendimiento o su especial nobleza para hacerse toda oídos ante cualquier pesar que decidiéramos confiarle. Yo sí que no; yo me pongo unos tenis y me aventuro a avanzar por entre los dienteperros en la parte de la costa que me quede más a mano, y miro con firmeza el horizonte hasta que el azul me bañe los ojos y me parezca que ella me mira y me escucha. Me armo de valor y le entono, desde mi corazón, ese “sonido inaudible de una escala más alta” que captara el poeta despeinado y que pongo a navegar derechito hasta el punto de las aguas del Puerto que la Marina Universal –basándose en las coordenadas de mi personal cartografía– dejará registrado, con seguridad y firmeza, en fecha no muy lejana, bajo la denominación de El mar de la Gorda.
Almendares, 15 de julio de 2012
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*Sara González nació en 1951
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