
En muchas de las crónicas que José Martí escribiera desde Nueva York la música ocupa un papel destacado. Lo mismo se refiere a ella de manera general, que particulariza en el quehacer de compositores, directores de orquesta, instrumentistas o cantantes de ópera.
Sus acercamientos al mundo de la creación musical revelan al espectador sensible y al prosista original. Avaladas a la vez por el conocimiento del tema, por su capacidad para disfrutar de la música y por su palabra poética, las páginas que dedicara a esta especial actividad creadora del ser humano reservan al lector de nuestros días no pocos atractivos. Se convierten en documentos de valor informativo, referidos a lo que acontecía al respecto en la gran urbe del norte, a la vez que nos muestran hasta qué punto la vivencia estética podía motivar la creación poética, concretada en sus textos para la prensa.
En una crónica dedicada a asuntos muy diversos, fechada el 10 de abril de 1889, con versiones para El Partido Liberal, de México, y La Nación, de Buenos Aires, escribió:
Con la boina de Wagner sobre la cabeza de nieve se ha ido este invierno, famoso, en New York por el frenesí con que los alemanes han aclamado en la Ópera (1) al tenor de la Tetralogía de Los Nibelungos; y la primavera entra detrás de la batuta del que le cedió a Wagner su Frau Cosima, del famoso Von Bülow, que no lleva la música por notas, como un maestro de baile, sino por ondas y volúmenes. La adelgaza, como una franja de luz al amanecer; la levanta de un ímpetu, y la deshace en polvo al caer, como el agua de una fuente; le saca el freno y la echa peña abajo, como el caballo de Brunilda; la desvanece, como el sol a la puesta, en nubes esplendorosas. Es una romería el teatro de la Ópera. […] Von Bülow llama a sus músicos, como un hechicero a sus palomas: ya no cesa un momento aquel cuerpo arrebatado: se mece de un lado a otro, cambia de mano la batuta, se echa sobre el atril, y se vuelve de pronto de cara a los músicos: engarza las notas con la batuta, moviéndola a grandes círculos, como quien recoge cintas: se encorva, se achica, se baja hasta el suelo, cuando quiere que la música se postre, como él. El público, loco, lo llama a la escena, y él sale a dar las gracias con el primer violín. (2)
La primavera en el hemisferio norte ha hecho su debut, y junto con la temporada de los grandes conciertos, ha conmovido tanto el ánimo del cronista, como el de los personajes que pueblan las calles y animan el acontecer que reflejan estas páginas. Se nota en las líneas anteriores el despertar del espíritu tras el largo invierno, la sensibilidad a flor de piel, el ansia de calor humano, el amor rebosante, que llegan con el cambio de estación. Así, se favorece la admiración especial que el cubano profesa a Hans Guido von Bülow (1830-1894), el famoso músico alemán, pionero en el establecimiento del papel del director de orquesta como artista interpretativo. Aunque Martí debe haber leído también las reseñas que la prensa neoyorquina dedicaba a los conciertos más notables, e incorporado a sus páginas información procedente de ellas, la intensidad emotiva de su prosa hace pensar en la experiencia del testigo presencial, sobrecogido por la entrega sin límites del artista.
Seguidamente, en esta misma pieza, informa a los lectores hispanoamericanos sobre otras figuras notables del ámbito musical neoyorquino, triunfantes en esos días:
Abril es aquí mes de música: Thomas, el maestro elegante, lee a los maestros, ante una concurrencia escogida. Seidl, el fanático wagnerista, repite sin cansarse, ante un público absorto, aquella música plena de Bayreuth, hecha para el canto, que sólo es grata, y revela su pasmoso poder, cuando se la oye sin cantar. Del circo de Madison, donde campea Barnum (3),con sus elegantes payasos, sus torneos japoneses y sus caravanas de cabilas, van a hacer un auditorio colosal, con dos salas de música, en que ricos y pobres tengan donde oír en verano e invierno las obras maestras. Y en la ópera alemana, ¿no llegó el exceso de las aficionadas, fuera de toda relación con el efecto de la ópera y el mérito del tenor, a besar en la calle a Alváry (4), el creador del bello Sigfrido, a la salida de El crepúsculo de los Dioses?//La música, es verdad, está ahora en el aire, que es en estos días oro y azul, y parece que acaricia y saluda, que calienta y que vibra: los húngaros sacan de las fundas sus clarinetes, y divierten desde la acera la hora de comer de las casas de dinero: los italianos, con la mujer a rastras, clavan en las esquinas, junto al amigo frutero, el organillo. En el museo de cera hay a la vez czardas (5) y troikas, y salen del tablado los tímpanos y violines, con sus zarabandas rabiosas y quejas de delirante amor, para que bailen y canten los rusos de aldea, imitando las danzas y cortejos del mir(6) patrio, que tiene mucho del zapateo que conocemos los hijos de andaluces, aunque una novedad hay en los aldeanos, y son sus cantos populares, donde se ve la estepa, vasta y triste, y se confunden con melancólico poder la imitación de los ruidos naturales, del pavor de la tormenta, de las campanillas de la troika que llega, con el quejido del siervo y el alarido de esperanza. (7)
Como notará el lector, la mirada del cronista realiza un extenso periplo, que abarca desde el espacio escénico más exclusivo, hasta lo que ocurre en la vía pública. Se inicia con una figura emblemática, Theodore Thomas (1835-1905), destacado director de orquesta estadounidense de origen alemán, quien es considerado por muchos en el presente como el padre de la orquesta sinfónica en Estados Unidos. Hijo de un violinista, a los seis años ya tocaba este instrumento. En 1845 emigró con su familia a Estados Unidos, y en 1854 se unió a la Orquesta Filarmónica de Nueva York. En 1861 fundó su propia orquesta sinfónica, que tocaba en el Irving Hall. Más tarde fundó la Orquesta Sinfónica de Chicago. Se le recuerda sobre todo como un destacado ejecutante de la música de Beethoven.
Anton Seidl(1850–1898), por su parte, fue un gran músico húngaro, famoso director de orquesta. En 1870 ingresó en el Conservatorio de Leipzig, y más tarde se trasladó a Bayreuth como uno de los copistas de Wagner, cuya impronta lo marcaría definitivamente. Por recomendación de este se le designó director del Leipzig State Theatre. Posteriormente se estableció en Estados Unidos. En 1885 fue nombrado director del Metropolitan Opera House, y ese mismo año se casó con la destacada cantante Auguste Kraus. En 1891 obtuvo la dirección de la Orquesta Filarmónica de Nueva York, donde se mantuvo hasta su muerte. Entre sus muchas actuaciones memorables merece destacarse el estreno mundial de la Sinfoníadel Nuevo Mundo, de Antonin Dvorak.
Nótase también en el fragmento citado cómo chocan los modales desenvueltos de la mujer del norte, con los patrones de recato, discreción y mansedumbre del observador hispano, quien coincide con la opinión de sus lectores al respecto. El furor de las féminas neoyorquinas por Max Alváry (1856 – 1898), el tenor alemán, hizo época. Muy bien dotado vocalmente, ganó reputación en Alemania en los papeles principales de óperas de Wagner, y de 1885 en adelante actuó con frecuencia en América e Inglaterra. Tuvo gran éxito en el Metropolitan Opera House de Nueva York, cuando debutó allí en 1885. El Sigfrido fue su papel más aclamado en los Estados Unidos, y en su tiempo fue el tenor wagneriano por excelencia, debido a su fuerza dramática e interpretación refinada.
Pero no solo atiende Martí a lo que ocurre en escena. Fue testigo, además, del inicio de la construcción del Madison Square Garden, sitio emblemático del arte musical, que ha tenido varias etapas de desarrollo. Se refiere concretamente al que se edificó según el diseño de Stanford White, en lo que fuera primeramente el circo de Phineas T. Barnum. El mismo se inauguraría en 1890.
Su mirada se desplaza desde las tablas y las actuaciones más cultas, hasta el encanto de los ejecutantes populares, cuya frescura y vitalidad animan las calles y alegran los paseos de los transeúntes. En un siglo marcado por las concepciones elitistas en torno a la cultura en general y la música en particular, el cubano admiró profundamente la música sinfónica, pero eso no le impidió valorar el aporte de la creación popular y espontánea al desarrollo y enriquecimiento del acervo musical de la humanidad. Obsérvese que el final del fragmento citado contiene una mirada cosmopolita, centrada en la diversidad cultural de Nueva York, que aúna un sinfín de pueblos defensores de sus raíces más legítimas.
La música sirve también de consuelo en los momentos más difíciles, y en esta crónica se insiste en su capacidad indiscutible para fortificar el espíritu. Gracias a su benéfica influencia el ser humano se serena, aunque se encuentre en circunstancias críticas, como veremos a continuación:
Hasta en la capilla del ahorcado ha habido música porque Virgil Jackson, sentenciado a morir en el nudo por haber dado muerte al esposo de la mujer con quien llevaba amores, se pasó tocando la flauta el día de las vísperas de su ejecución, y tuvo por la noche concierto de cantos con algunos aficionados de Utica, a los que acompañó con voz segura en sus refranes y coros. Murió sonriendo. (8)
Considerar a la música desde la perspectiva de la composición de este texto, nos ha permitido además, observar que funciona como una suerte de hilo conductor de la narración. Gracias a ella se conectan, en el plano de la escritura, elementos aislados en la realidad que habían tenido lugar simultáneamente. Así lo fragmentario se hace fluido y coherente.
No pretendemos en un artículo como este agotar un tema tan apasionante. Lo expuesto hasta ahora solo constituye un acercamiento breve y puntual a una arista muy atractiva del legado martiano. Quien desee acercarse de manera más profunda a este asunto, deberá consultar, sin duda, el valioso libro de Salvador Arias Martí y la música (Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2010), que junto al examen exhaustivo del tema, hace gala de una prosa elegante y amena.
La lectura de esta crónica de José Martí nos ha confirmado que para él, en 1889, ya en plena madurez, continuaba vigente una expresión suya de juventud. El 25 de mayo de 1875, publicó en la Revista Universal, de México, su artículo “White”, en el que valoraba la actuación del violinista en la capital azteca. Escribió entonces, conmovido ante la obra de su admirado compatriota: «La música es la más bella forma de lo bello». (9)
Notas:
(1) Referencia al Metropolitan Opera House.
(2) José Martí. Obras completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 12, p.193
(3) Phineas T. Barnum.
(4) Max Alváry.
(5) Danza húngara.
(6) Comunidad rural, también conjunto de los habitantes de un pueblo o aldea, que poseen en común la tierra aneja al lugar.
(7) Ibídem, p. 193-194
(8) OC; t. 12, p. 194.
(9) OC, t. 5 p. 294.