IV Festival de Música de Cámara Leo Brouwer
PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu
No son casuales los caminos trazados por el IV Festival de Música de Cámara Leo Brouwer. En ediciones anteriores siempre hubo una mirada a la geografía sonora hispánica, presente en la matriz de nuestra cultura. Ahora le tocó el turno a Valencia, pero como contrapeso, en un mismo programa el jueves en la sala Covarrubias, asomó también la africanía transculturada que nos hierve en la sangre, filtrada por la pródiga imaginación del anfitrión.
Pedro Chamorro, maestro de la bandurria.
Toma y daca, puentes entrecruzados: voces e instrumentistas cubanos en la transmisión del legado de la contemporaneidad valenciana y músicos valencianos entendiéndoselas con el fascinante mundo de los güijes y orichas, mientras a lo largo del día en La Habana Vieja revivía la fiesta de la Tarasca, con su vigilia, procesión y quema, y una mulata ejecutaba una dulzaina en el escenario de la Covarrubias anticipándose a la entrega del premio La Espiral Eterna 2012 a la maestra Digna Guerra, campeona del canto coral.
Fue justamente un conjunto vocal el que inició el panorama de la música valenciana del siglo XX, el Coro Polifónico de La Habana, moldeado a la medida del talento de su directora Carmen Collado, en piezas de Eduardo López Chavarri, Oscar Esplá, Albert Alcaraz y Juan Pérez Ribes.
La tradición cancionística de esa región peninsular estuvo muy bien defendida por la voz de la soprano Erika Escribá, que con el acompañamiento al piano de Carlos Apellániz, recordó que Joaquín Rodrigo es mucho más que el autor de Aranjuez; que una de las más importantes creadoras de lieder en España, Matilde Salvador, vistió de finos ropajes los versos de Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou y Alfonsina Storni; y que entre Cuba y la comunidad de origen de la cantante hubo en el siglo XIX un hombre puente, José Mauri, autor de la primigenia ópera insular, La esclava.
Otros dos compositores valencianos, plenamente activos, llegaron por parte de jóvenes intérpretes cubanos: Enrique Sanz-Burguete y Arnau Bataller. Del primero el quinteto de viento Santa Cecilia y la pianista Karla Martínez ejecutaron Chang Tzu y la mariposa, ejercicio extremadamente especulativo y conceptual en el cual el autor trata de ilustrar a su manera el rejuego onírico de una de las ficciones de Borges. Karla acompañó luego a un clarinetista de abundante talento, Arístides Porto, en el segundo movimiento de Una cavatina per favore, de Bataller.
En medio de todo este avatar valenciano, la música de Brouwer se elevó desde su inobjetable jerarquía. Comencemos por B3 Brouwer Trío, formación integrada por la violinista Jenny Guerra, la cellista Elena Solanes y el pianista Apellániz y su visceral compromiso con la obra del autor cubano.
Tanto en La jungla (2005) como El oráculo de Ifá (2011) se asiste a una nueva vuelta de la espiral brouweriana que se apropia, recicla y reinterpreta sintagmas presentes en los cantos y toques de origen yoruba y arará, al margen de la cita directa, más bien como punto de partida para la creación de imágenes sonoras asombrosas.
Por otra galaxia transita la Sonata para bandurria, escrita para Pedro Chamorro, leyenda viva entre los oficiantes de los instrumentos de plectro en la actualidad. Leo tuvo en cuenta el virtuosismo de Chamorro, pero más aún su inteligencia artística para concebir una partitura a su medida, en la que resuenan como ecos lejanos sones y guarachas y se dinamitan, a la vez, los diques del minimalismo. Solo un Chamorro lúcido y sobrado puede extraer el máximo de esta audaz y rotunda propuesta del demiurgo cubano.
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