web@radiorebelde.icrt.cu / Aroldo García Fombellida Es «el hijo de Sixta», autor de más de 2 000 melodías, improvisador sin émulo que ni siquiera se le acerque en Cuba, humilde hasta la médula de sus huesos, y más que todo lo dicho, avalado por una condición a la que no todos logran llegar, la de patriota, y conste, en toda la real dimensión de ese término tan sagrado. Su voz ronca y altamente melodiosa lo distingue, para cantar, siempre idéntico, horas y más horas, lo mismo en ampulosos escenarios internacionales, que en humildísimas tarimas de localidades rurales cubanas, amenizando «los bailes» de ocasión, y en los que, por cierto, como receta irrestricta, siempre amanece, sitios donde además, siempre unas horas antes de la actuación artística dedica tiempo a celebrar un juego de pelota, con todo lo de la ley, entre integrantes de su Banda y una representación de la localidad. Repasar su extenso cancionero es acercarse a un hermoso álbum de crónicas, fieles retratos de identidad y cubanía. De la talentosa pluma de Cándido salen constantemente hacia el pentagrama, como fieles y coloridas imágenes, los temas que plasman hechos, personajes, sentimientos, tristezas y alegrías, costumbres, estampas de lugares, campañas populares, y hasta oportunas críticas, en forma de sones, pregones, boleros o congas. Lo dicho en estos párrafos podía ser una justa carta de presentación, pero en Cándido Fabré hay más, y a manera de ejemplo, como botón de muestra más reciente, están bien latentes aún, en los holguineros y holguineras, las pocas horas, que bajo el pretexto de la celebración carnavalesca, otra vez lo trajeron a la bien llamada Ciudad Cubana de los Parques. Cuando Fabré llegaba con su “desconocida” agrupación a los lugares de fiestas populares, carnavales, y otros acontecimientos, donde coincidían con varias “figuras”, los organizadores siempre hacían aparecer al hijo de Sixta “en la última posición” y en los sitios menos llamativos. Entonces Cándido ideó una muy válida receta. Convirtió esas madrugadas de última posición en acontecimientos trascendentales, “poniéndole el corazón” sencillamente, y contando, sobre todo, con un elemento decisivo, y que el cantor de San Luís, tiene como pocos otros: la población que lo siga. Lo demás es conocido y comprobado dondequiera que se presente.
Hospedado en el céntrico Hotel Santiago, Cándido alboroza las calles, se encuentra con gente humilde que lo detiene a cada paso, y mitiga el calor con el conocido y criollo granizado. Con la madrugada del lunes, luego de su presentación en Pueblo Nuevo, llegaría el momento de recoger los instrumentos en aquella última tarima programada como cierre del carnaval. Pero un fortuito encuentro con amigos de años entrañables, hace cambiar de pronto los planes. Fabré va a conocer personalmente un área, especie de enorme explanada, recién estrenada en el Reparto Pedro Díaz Coello, la recorre y queda prendido de ella… amplia, extraordinariamente amplia, y sobre todo acogedora en medio de edificios multifamiliares y coloridos balcones. Su propuesta fue contundente… ”Si las autoridades holguineras me lo permiten estaré aquí, desde temprano, la noche de este mismo lunes, para que puedan asistir los niños, las ancianas, y todo el que lo desee, y conste, será un concierto sin costo para las autoridades de esta provincia, y estaremos hasta que la gente quiera”. Antes de marcharse de este barrio, donde espontáneamente se han congregado cientos de personas para saludarlo, visita a la familia de un viejo amigo, y deja instantáneas fotográficas en unas cuantas cámaras. En pocas horas corrió la voz, y llovieron aseguramientos mínimos necesarios. Los integrantes de hacer funcionar un potente equipo de audio, procedente de Guantánamo, que habían trabajado en los carnavales, decidieron asegurar el espectáculo sin cobro alguno, se volvieron a aprovisionar los kioscos y se revisaron los detalles técnicos indispensables. Este lunes “será histórico”, aseguraba ya más de un holguinero. Las horas siguientes se encargarían de ponerle el cuño a tal afirmación, y con creces. A las ocho de la noche en punto, un ómnibus se detiene exactamente detrás de la tarima, pegada a la acera de la calle 10, en el populoso reparto Pedro Díaz Coello, todos sus pasajeros, vestidos de color blanco y con una bandera cubana cubriéndole la espalda, descienden presurosos y sonrientes. La gente abre una especie de “trillo” para que puedan avanzar. Todo transcurre en apenas minutos, los imprescindibles para que el artista salude a las autoridades holguineras que lo esperaban, y a decenas de niños, de ancianitas en sillas de ruedas, de gente de pueblo que lo aclama. Parece que el concierto va a comenzar, sube al escenario, y enseguida la bien acoplada banda regala sus primeros acordes… “Fabré llegó y no se va…” Al concluir esa primera interpretación, que además les sirve de portada en todas sus presentaciones, la Banda está lista para arrancar en grande, pero sucede algo, que junto al concierto mismo, marcará para siempre la memorable velada. En pocos minutos se desarrolla una ceremonia preparada con esmerado y detallista amor… así, el mejor barrendero del barrio, seleccionado por sus propios compañeros de humilde labor, sube con un hermoso ramo de flores y se lo entrega a Cándido Fabré, un diploma enorme con fondo de color ladrillo, letras doradas, y una gran foto en colores realizada al cantante la noche anterior, es el regalo del pueblo congregado ya por miles, le entregan además, un sombrero de yarey y una guayabera, y un diploma en nombre de los periodistas, que entrega el Presidente del gremio en la provincia.
Faltaba solamente el momento clímax, y lo utiliza el Presidente del Poder Popular en Holguín, para poner en manos de este querido artista, cronista y cantor de su pueblo, una placa que hace tiempo merecía: Cándido Fabré es ahora “Hijo ilustre de Holguín”. Visiblemente emocionado, a Fabré le corren lágrimas de extraordinaria alegría por su rostro noble, evoca a su madre Sixta, y agradece tantas muestras de infinito cariño y respeto. Y ese agradecimiento lo hace tangible con lo mejor de su entrega… desde ese justo momento, y hasta 6 horas y 35 minutos después, de manera totalmente ininterrumpida, desgrana un concierto, de tan altos quilates, que puede ser comparado, para ganar, con cualquier otra memorable actuación en su historia artística, cercana a 35 años de trabajo creador. Esta noche de un 20 de agosto inolvidable, ante 70 000 compatriotas, que se mantienen hasta el final, bien entrada la madrugada, Cándido Fabré demuestra su valía integral, recibe el premio mayor que sueña todo artista, y para siempre graba en cada uno de los presentes, aquel estribillo pegajoso que varias horas antes su Banda, de geniales músicos, a la altura de su líder, ofrecía como carta de presentación: “Fabré llegó… y no se va”. (Fotos del autor y Juan Carlos Roque)
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