Por: Joaquín Borges-Triana. 24|1|2013
Como señal de la agudización de un irrefrenable condicionamiento sociológico, desde fines del decenio de los 80 del pasado siglo y hasta nuestros días, soy de la opinión de que en Cuba el arte se ha adelantado a otras formas de la conciencia social. Ese desfasaje entre el arte, en el cual se incluye la música más herética como el hip hop contestatario, y las demás formas de la conciencia social, ha motivado buena parte de las incomprensiones dadas en uno u otro momentos de estos años, de las cuales también han padecido representantes del rap facturado entre nosotros.
A partir de la segunda mitad de la década de los 80 se han originado problemáticas no planteadas en Cuba en los años que la precedieron, a la relación artista-institución-arte. Sucesivas generaciones emergentes, formadas por la Revolución, han venido a formular sus propias propuestas creativas. Aportarían, además, una nueva actitud: su signo no sería ya el del pecado original del que hablase Ernesto “Che” Guevara, porque ellos eran también la Revolución. Buscarían su espacio y darían sus propias respuestas. Se cumplían los deseos expresados por el Che en su célebre texto El socialismo y el hombre en Cuba: no habíamos creado asalariados dóciles al pensamiento oficial. Es en dicho contexto en el que hay que ubicar el fenómeno de la cultura hip hop en nuestro país.
Después de un período en que durante parte del primer decenio del actual siglo la producción cubana de rap vivió una crisis tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo, afortunadamente a partir del 2010-2011 puede asegurarse que la etapa de franca decadencia ha quedado atrás. En la reconfiguración del movimiento rapero nacional, un factor decisivo lo ha desempeñado la proliferación de pequeños pero muy eficientes estudios independientes de grabación, a la cabeza de los cuales habría que mencionar Real 70, 26 Musas, Omnibus, Enfori Productions y Champion Records.
Ahora bien, en los últimos años, tanto en el país como en el exterior, nuestros raperos que más interés y polémica han despertado por las características del discurso de su obra, reflejo de las tensiones en la estructura económica y social de Cuba y del desasosiego que estas originan, son indudablemente Los Aldeanos. Bian Oscar Rodríguez Gala, “El B”, y Aldo Roberto Rodríguez Baquero, “El Aldeano”, se unen para formar esta agrupación en 2003 y, aunque la mirada convencional solo los ve como hiphoperos, ambos entran en la categoría de poetas callejeros o urbanos. Ellos hacen añicos varios estereotipos creados en torno a la figura del rapero cubano pues, ni son negros sino mulatos claros, ni proceden de barrios marginales sino del Nuevo Vedado, una zona residencial.
Lo primero que llama la atención de Los Aldeanos es que su propuesta, sin difusión en los medios de comunicación en Cuba e ideada desde el principio ideoestético de que la verdad no se dice con permiso, se escucha y admira en diferentes sectores de la sociedad cubana. Entre su numerosa audiencia no solo están los fanáticos de la cultura hip hop, sino también estudiantes universitarios, músicos, profesionales, partidarios de la timba, el rock o de la trova… Es algo que hasta la aparición del dueto, nunca antes había sucedido con una agrupación cubana de rap, que por demás ha hecho su trabajo de forma independiente y carente de respaldo institucional. Ello corrobora que la censura (suele ser el boomerang de lo que busca) ejercida contra proyectos como este, por el contrario de silenciarlos, lo que consigue es elevar su valor, redimensionarlos y funcionar como fuente de curiosidad e interés para muchos que de inicio se acercan por ser lo prohibido.
Con un discurso directo, al punto que en ocasiones llega a ser ingenuo, y un lenguaje acre, a ratos soez y por momentos políticamente panfletario, en el repertorio de Los Aldeanos encontramos, entre otras, críticas a la corrupción, la burocracia, la institucionalidad, determinados comportamientos humanos, la dureza en la vida diaria, la migración y las restricciones que durante un largo período de tiempo padecimos los cubanos para viajar. Así, tienen piezas de denuncia a actitudes individuales (“Mikis” o “Sr. Martínez” y “Miseria humana”), a la censura mediática (“Censurado” o “El rap es guerra”), a problemas globales (“América”), y al autoritarismo (“Cerebro de Tivol” o “La ganga”). También me resulta significativo el manejo que hacen de la ironía, como se puede corroborar al escuchar “A veces sueño” o “Pa’ la pinga el mundo”.
En el documental denominado Revolution, con guión y dirección de Mayckell Pedrero Mariol y galardonado con varios premios en la IX Muestra de Nuevos Realizadores (2011) —entre ellos el de mejor documental y el de la Asociación Cubana de Prensa Cinematográfica; pese a lo cual a Revolution le ha sido negada la participación en otros eventos y concursos y solo ha sido exhibido en círculos cerrados—, el ensayista y crítico Roberto Zurbano asegura que Los Aldeanos “cambian el deseo de insertarse en las instituciones por una alternatividad, mercado y autonomía propias”. En opinión de Zurbano, El B y El Aldeano fundan un discurso muy radical y se apropian de un lenguaje típico de una manifestación como el punk, para poder “decir malas palabras” y “hablar mal del rey, del papa, del presidente, del ministro, que incluso puede llegar a una mentalidad irresponsable, para no decir reaccionaria, porque en algún momento ese lenguaje crítico y radical se convierte en antisistémico”.
Figuras como El B y El Aldeano son valorados por algunos como “problemáticos”, todo por ser dados al planteamiento de la necesaria crítica. Y es que de cierta forma, entre nosotros se repite periódicamente la torpeza de aquellos funcionarios (hoy ya olvidados) que, años antes, la emprendieron contra Silvio Rodríguez por canciones suyas como “Resumen de Noticias” y que lo llevan a escribir en “Debo partirme en dos”: unos dicen que aquí,/ otros dicen que allá/ y solo quiero decir;/ solo quiero cantar/ y no importa la suerte que pueda correr esta canción.
Resulta curioso ver cómo hay quien en la actualidad, bajo otras maneras pero en esencia análogas a las del pasado, cuestionan el derecho y el deber del creador artístico a profundizar en los problemas de la realidad que nos rodea. Porque si bien una obra de arte (es sabido) no puede solucionar las dificultades existentes, ni siquiera pretenderlo (faltaría más, sería un pseudoproblema), ¿cómo es posible cuestionar su legitimidad tan solo por la inevitabilidad de que piezas de estos raperos traten algunos de los lados feos que imperan entre nosotros, con el propósito (o sin él) de ayudar a transformarlos, o sencilla y llanamente expresar su desacuerdo, su inconformidad, su punto de vista?
Tal postura de Los Aldeanos y lo que de ella se ha derivado me hacen pensar en el hecho de que el diferendo en torno al papel del arte en la sociedad es un tema no resuelto ni en la teoría ni en la práctica socialistas, pues como aseguraba el cineasta Tomás Gutiérrez Alea en el trabajo “Vanguardia política y vanguardia artística” (recogido en el libro Alea, una retrospectiva crítica, publicado por Editorial Letras Cubanas en 1987), las relaciones entre política y cultura siempre han sido superficialmente amables, pero profundamente contradictorias. Aunque, como nos ha enseñado el marxismo, siempre se dará una negación de la negación, muchos no han comprendido que la ética socialista exige de hombres ávidos de cambio, capaces sobre todo de concebir mutables sus propias decisiones.
Por eso, para mí que soy de los que cree en los artistas del underground, porque opino que ahí está lo más genuino y auténtico de la crítica social actual, pues son creadores que no tienen la presión de un contrato o de pertenecer a una dependencia oficial, no me sorprendió la verticalidad ética que Los Aldeanos mantuvieron al presentarse en Miami, cuando al no prestarse al juego mediático del Canal 41 y no decir las cosas que en dicho medio esperaban ellos comentasen acerca de la vida en Cuba, los botaron del hotel donde los habían hospedado. “Hablar de la realidad cubana es nuestra manera de hacer revolución”, porque “criticar en Miami (bastión del anticastrismo) no tiene ningún mérito”, dijo Bian hace un tiempo a la agencia de prensa AFP.
Por otra parte, en mi criterio, estimo necesario expresar que en la producción de Los Aldeanos, que anda por alrededor de veinte fonogramas, todos grabados artesanalmente en un estudio casero, por el afán de ser sistemática y urgente lectura de la realidad, falta trabajo de curaduría o depuración, pues nadie, por muy talentoso que sea, puede facturar una obra artística a la velocidad y cuantía con que lo hacen El B y El Aldeano, por lo cual en su discografía hay temas que solo resultan hojarasca.
Llegado a este punto, quiero reproducir lo manifestado por el ex Ministro de Cultura, Abel Prieto, en una entrevista concedida a la periodista Vladia Rubio y en la que esta indagó por el criterio del otrora miembro del Buró Político y actual Asesor de la Presidencia del General de Ejército Raúl Castro, en torno al polémico y popular dúo:
“Yo creo que Los Aldeanos son gente revolucionaria, estuvieron en Estados Unidos y tuvieron una posición tremendamente consecuente. En su trabajo, como en el de otros raperos nuestros, hay una crítica social y ética que tiene que ver con lo que necesitamos discutir en Cuba. Lo llamado ‘alternativo’, es decir, lo que se hace en términos de arte fuera de las instituciones, si es auténtico, si tiene valor, debe tener un espacio en nuestra política cultural. Creo que hay que reconocer que la AHS ha estado muy atenta siempre a esas zonas vivas de la creación que nacen y crecen fuera del marco institucional. Es decir, la frontera no está en los contenidos de una u otra obra, en un mensaje o en otro, sino en recibir dinero de nuestros enemigos”.
La experiencia del caso de Los Aldeanos, así como la de otros raperos cubanos que también son expresión de la sociedad que tenemos hoy, corrobora el complejo papel de la música popular en la actividad política en nuestros días, aspecto en el que se deben considerar varios fenómenos. En ello hay que tener en cuenta que no toda actividad política se inscribe en la “militancia”. Esta genera narrativas lineales, lo cual se constata en la forma en que construye al “otro”, la gestión de las críticas del adversario, los destinos teleológicos, etc. Mientras tanto, la música colabora a posicionamientos de mayor sutileza y que pasan por una clase diferente de narrativas, diría que más fragmentadas y complejas. A veces, su objetivo es solo reconstruir los discursos hegemónicos existentes, incluso sin llegar a construir uno propio. Por ese camino, manifestaciones como el rap alcanzan a detonar movilización, toma de conciencia, resistencia o simplemente la ira de quien ejerce el poder, que con sus reacciones dota de dimensión política los posicionamientos musicales. De ahí que las instituciones están obligadas a actuar con el mayor espíritu de receptividad posible, a fin de poder canalizar de manera adecuada las propuestas artísticas de proyectos independientes (como el de Los Aldeanos) y que han surgido desde y en los márgenes, condición esta que, tengo la certeza, resulta coyuntural. Asimismo, lo sucedido con Bian Oscar Rodríguez Gala, “El B”, y Aldo Roberto Rodríguez Baquero, “El Aldeano”, sirve para poner en claro una cosa otra vez: que el denominado compromiso ideológico del arte (incluida la música) es una zona de conflicto donde hay demasiados (y muy provisionales) intereses de poder. Sin obviar el relativo autodesarrollo de los postulados del arte en relación con los sucesos reales, es en el propio “desgaste sufrido por fórmulas que ya no funcionan como nexos ideológicos con lo real” y en la necesidad de que estas sean renovadas donde hay que buscar la causa originaria del criticismo que atraviesa el repertorio de Los Aldeanos y de otros raperos cubanos.
Es bueno señalar también que la actitud crítica proyectada en el discurso artístico de este par de creadores, encuentra una fundamentación en la propia teoría marxista. Según Marx, la cultura, o cualquier otro fenómeno de la vida espiritual, tiene sus más hondas raíces en la vida social y material. Esto quería decir que para explicar cualquier fenómeno había que entenderlo, no de una manera abstracta y aislada, sino dentro de un contexto social, político y económico. Por tanto, era necesario comprender la sociedad que le había dado vida a esa determinada inquietud de orden espiritual. Marx se percata de que cada época tiene su propia forma de interpretar la realidad, ya no sólo individual sino también colectivamente, y nos advierte de que los hombres se parecen más a su época que a sus padres, idea que reafirma el poder de la historia sobre la voluntad, la “circunstancia” sobre la herencia, pilar conceptual de la izquierda para lidiar con el elemento generacional.
Por ende, si se acepta el postulado marxista en cuanto a que cada clase posee su específico modo de apropiación, tanto de objetos materiales como de las ideas y los valores de la vida espiritual, y que en los distintos momentos de la historia cada clase impone su modo de apropiación, entonces hay que concluir que en última instancia cada época constituye y le da un sentido propio a su realidad. La comprensión de todo esto resulta fundamental si se aspira a entender el porqué en la cultura cubana se produce un fenómeno como el de la proyección creativa asumida por Los Aldeanos.
Con lógicas altas y bajas en los niveles de realización, ellos consiguen que el discurso de lo cotidiano adquiera rango artístico y sirva como eficaz medio de expresión para transmitir un cúmulo de preocupaciones ideoestéticas. Así, a partir de un lenguaje signado por poseer un muy fuerte sabor urbano, en lo textual Los Aldeanos manifiestan un eficaz manejo de la crónica social. El discurso de lo cotidiano se convierte en un valor artístico y deviene un vehículo para transmitir un conjunto de preocupaciones ideoestéticas. En este tipo de propuesta, la vida diaria de cualquiera de nosotros se plasma como un elemento y una temática de la cultura, tendencia que se aprecia no solo en el rap nacional sino en varias zonas de la música popular cubana actual.
La creación en conjunto de Los Aldeanos posee un sentido de integridad como fenómeno sociocultural que trasciende las fronteras de lo estético-musical propiamente dicho y, por ende, en el contexto de la globalización ha de entenderse como un sitio de encuentro, de interculturalidad. El presente trabajo, concebido desde la perspectiva de la correspondencia sociológica entre el artista y su circunstancia, ha sido escrito con el deseo de penetrar en el complejo universo de la recepción y la polifonía, en el significado que da Bajtin al término. ¿Qué es lo que puede enlazar a productor y receptor de una propuesta sonora como la aquí analizada? Pienso que la responsabilidad ética frente al otro, frente al reconocimiento de la diferencia, pero entendiendo al propio productor como otro. Yo es otro, dice Arthur Rimbaud como acto inaugural del arte moderno.
Los Aldeanos demuestran que en nuestro contexto hay artistas a los que les seduce la perspectiva de trabajar en el límite. Ante tales casos, la institución cultural en Cuba debería saber negociar con esos estados de excepción. Incluso, hablando en términos cínicos, absorberlos. De manera lamentable, en este punto, con mucha frecuencia le falta background. Así pues, decididamente opino que por el contrario de pensar en términos de si intelectuales y creadores de una parte, e institución cultural de la otra, saldrían victoriosos o no al final de un enfrentamiento, resulta de mucha más ayuda asimilar la visión de Stuart Hall acerca de la cultura como “un constante campo de batalla (…) donde no hay victorias de una vez por todas, sino en el que siempre hay posiciones estratégicas por ganar y perder”.
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