Al dar medio paso al costado, José Ramón Machado Ventura despejó una incógnita: ante cualquier eventualidad él no será el sucesor y, al introducir a Miguel Díaz-Canel el presidente Raúl Castro completó el enroque: su sustituto reglamentario representará a otra generación. Obviamente se trata de un consenso que pudiera encarar la nueva etapa regida por un gobierno colegiado.
En cualquier caso, las elecciones del 24 de febrero han iniciado un proceso sumamente complejo y dinámico que, aunque sin conmociones ni grietas, aunque a plazos fijos y perentorios, modificará la arquitectura del poder en la Isla.
El sistema político cubano estructurado a partir del liderazgo revolucionario instalado desde 1959, no es un esquema presidencial (el cargo de presidente de la república no existe) aunque tampoco parlamentario y se complica aún más al no reconocer la separación de poderes y subordinar al Estado y las instituciones sociales al Partido.
Hasta hoy el sistema es funcional porque en la cúspide reúne en una misma persona, además de los máximos cargos estatales y partidistas, un liderazgo acatado por la sociedad, lo cual perderá vigencia cuando los líderes históricos se remitan.
Es probable que al elegir vicepresidente a Miguel Díaz-Canel sin promoverlo a Segundo Secretario del Partido (cargo que conserva Machado Ventura), la separación de las funciones partidistas y estatales en la cúspide haya comenzado.
Hipotéticamente, en algún momento anterior al 2018, Raúl Castro pudiera dejar la presidencia, conservando el cargo de Primer Secretario del Partido, ofreciendo al Consejo de Estado y a su nuevo presidente la oportunidad de gobernar de modo realmente colegiado, reservar a la organización política la orientación del proceso y permitir que sea la sociedad en comicios mejorados la que finalmente evalúe y elija.
En cualquier caso porque alude al ejercicio del poder, al gobierno y la dirección de la sociedad, los acontecimientos en marcha requieren de sintonía fina, de un respaldo jurídico y constitucional coherente y de una actividad legislativa que pondrá en tensión al parlamento, al Consejo de Estado y a la estructura partidista.
En este esquema (o en cualquier otro), al aparato ideológico corresponde generar argumentos, actualizar o recrear el arsenal conceptual del socialismo renovado, encontrar modos eficaces de trasladarlos a las masas para promover comprensión y respaldo; así como para confrontar viejas y nuevas desviaciones, cohesionar las estructuras sociales y colocarse a la cabeza de la columna cuya marcha descartará a quienes no sigan el paso. Allá nos vemos.
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