Giraldo Córdova Cardín
Ariel B. Coya
Nacido en el Cerro, el 5 de diciembre de 1930, ya a los 5 años vivía, con su familia, en el barrio de La Ceiba, en Marianao, donde cursó sus primeros estudios en la Escuela Pública número 27 (ya desaparecida).
Huérfano de madre, sin embargo, desde muy temprano hubo de empezar a trabajar para enfrentarse a las penurias económicas de la época. Como tantos otros.
Así que a los doce dejó los estudios para laborar en la refinería Fonseca y después, como trabajador del transporte urbano, en la Ruta 20, junto a su padre.
Dicen quienes le conocieron, no obstante, que nada de eso empañó el carácter de Giraldo Córdova Cardín, quien casi niño comenzó a practicar por afición el boxeo y en horas de la madrugada realizaba largas carreras.
Fuera del ring gustaba del baile y dentro de él bailaba rápido, muy rápido, a la velocidad suficiente para no caer jamás ante sus adversarios. Jovial, responsable, rebelde ante cualquier injusticia… No soportaba los abusos. De ahí que en una oportunidad noqueó a un policía por maltratar a un muchacho a quien Giraldo apenas conocía y en otra ocasión se enfrentó a un teniente de la dictadura de Fulgencio Batista que, pasado de tragos, orinaba sin el menor recato en plena vía pública.
A los 21, de hecho, nada más difundirse la noticia del golpe de Estado del 10 de marzo había corrido a la Universidad junto a otros compañeros del barrio para rechazar el cuartelazo, en espera de armas que nunca llegaron, por lo que a partir de ese momento su vida transcurriría indisolublemente ligada a la lucha revolucionaria.
Acude al local de la Juventud Ortodoxa en Prado 109 y enseguida comienza a conspirar junto a Fernando Chenard, Pedro Marrero, Miguel Oramas, Gildo Fleitas y los hermanos Gómez, efectuando prácticas de tiro en la Universidad, en los canteros de Caimito y en una finca de Artemisa.
Hasta que el viernes 24 de julio de 1953 dijo a su familia que iba a Matanzas y dejó a una tía su maletín con las cosas del boxeo. En la noche del 25 debía combatir en el torneo Guantes de Oro, contra Julito Rojo, en la arena Rafael Trejo. Pero sus amigos, que entre todos le habían regalado las ropas para la pelea, contemplaron con tristeza la esquina vacía y oyeron cuando el árbitro anunciaba:
—Por ausencia, ¡perdedor Cardín!
En su corta, pero promisoria carrera de aficionado, había ganado hasta entonces cinco pleitos y entablado otro, sin la mácula de una derrota.
Un día después, sin embargo, comparecía en otro combate. No se había ausentado del ring por cobardía y a los 22 años caería valientemente junto a los muros del Moncada, entre tantos otros compañeros de lucha, como un Sol de fuego.
Es por eso que para evocar su memoria, la Comisión Nacional de Boxeo decidió instituir en 1968 el torneo que hoy lleva su nombre y que hace solo unos días despidió su edición 43 en la sala Kid Chocolate.
Deja una respuesta