Teatro de títeres y para niños en Cuba
Amelia Duarte de la Rosa
En el libro El títere ¿en la luz o en la sombra?, del director y dramaturgo cubano Armando Morales, el autor desde las primeras páginas asevera que «el teatro de títeres, lúdico por las esencias poéticas que lo identifican, es también, y mucho, capaz de representar los errores de la sociedad, de la política, de la religión, del quehacer humano todo». La tradición titiritera y de teatro infantil en nuestro país es un innegable exponente de la afirmación, sin embargo su popularidad y razón de ser muchas veces se ha enfrentado al destierro y al silenciamiento impuestos a través del tiempo y el espacio.
Por ahora no se trata de recorrer esa «selva oscura» sino de señalar un nuevo periodo de acción y legitimación que algunos creadores nacionales llevan a cabo para reivindicar el teatro de títeres y el dedicado al más joven espectador. Aclaración esta necesaria por la inmediata asociación que se hace con los títeres y el público infantil. Las figuras animadas no se circunscriben solo a los más pequeños aun cuando no deja de ser menos cierto que es actualmente la oferta más llevada a nuestros escenarios.
La producción es hoy mucho más visible. Ha aumentado el número de propuestas de algunos conjuntos que se salen de la dramaturgia naif y retórica; además ha existido un incremento de su estudio y la mirada crítica. Se reconstituyeron centros como la UNIMA (Unión Internacional de la Marioneta) y la ASSITEJ (Asociación Internacional de Teatro para niños y jóvenes) y se creó la Cátedra Freddy Artiles, en la Universidad de las Artes, para promover su actividad, investigación y superación en la enseñanza artística.
Títere del Grupo de Teatro Okantomí.
Una programación estable, espacios de encuentros, festivales y una participación activa de estudiantes, instructores de arte y jóvenes creadores también dan cuenta satisfactoria de la zona en la que se encuentra este arte, «el miembro más díscolo de la familia teatral», como lo catalogara el argentino Juan Enrique Acuña.
En los últimos tiempos han sido interesantes las propuestas infantiles y de animación que han llegado a nuestros escenarios. En todo el país existen elencos que persisten en sus búsquedas estilísticas, las técnicas de manipulación y el discurso dramatúrgico. La tendencia está encaminada a animar la vista del público, a combinar al actor con el títere, a la oralidad y a la reivindicación de la figura del payaso.
Sin embargo, muchas veces las propuestas se ven afectadas por el facilismo vinculado a lo económico y al pretexto de las carencias materiales. No obstante, las puestas de mala factura son mayormente resultado de la dejadez, la falta de autenticidad y uniformidad del diseño —la mayoría de las veces realizado por los propios actores-titiriteros— y la carencia de una investigación previa sobre tejidos, épocas, estilo y precisión en las escenografías.
En cuanto a la dramaturgia, la causa más tangible reside en la pereza a la hora de investigar. En cierta ocasión, la especialista Yudd Favier anotaba que «algunos se han estancado en una dramaturgia nacionalista y circular. Muchos son mensajes caducos donde el receptor es cual recipiente vacío en el que se deposita una información explícita. De nuestros propios autores existen obras muy buenas que ni siquiera han sido llevadas a la escena».
La Cucarachita Martina, de Hilos Mágicos.
En este mismo sentido de extender el mensaje y los niveles de calidad, la dramaturga Esther Suárez Durán, presidenta del Comité cubano de la ASSITEJ, explicó una vez a Granma: «No todos los grupos alcanzan un dominio de los recursos expresivos en sus puestas en escena. Es necesario compartir con ese espectador joven y que sienta una pertinencia en relación con las urgencias ideológicas que vive. Los niveles de calidad son muy desiguales; hay algunos colectivos excelentes y otros que han logrado niveles no sostenidos».
Que la inconformidad y los problemas existan y sean analizados por creadores y dramaturgos es realmente un buen indicio para elevar la calidad. No obstante, prejuicios externos retrasan el desarrollo. Suárez Durán señala: «Hay otra situación que tiene que ver con la subestimación; muchos piensan que este teatro por lo general carece de valor y que no tiene ningún requisito técnico. Por ejemplo, en una sala teatral cuando se presenta un espectáculo para niños y otro para adultos, las luces que se montan para el programa de adultos están priorizadas. En general el no poder o querer tiene que ver con un concepto y suponen que los artistas que trabajamos para niños podemos hacerlo con las luces que sean. Ese es el matiz que diferencia.»
Yemayá y la maravillosa flauta, de Teatro Papalote.
La aceptación general de este arte ha estado permeada por la desestimación. No son solo los títeres un pasatiempo válido para los niños, ni los pequeños son receptores conformistas. Importa mucho el trabajo de estos artistas identificados con su público y el milenario arte de animar lo inanimado.
Lo cierto es que, con logros y deficiencias, con recursos o sin ellos, el teatro de títeres y para niños continúa su difícil sendero. Dadas a la tarea de renacer con renovados bríos, sería oportuno que las nuevas generaciones tomen el buen ejemplo y se imbriquen con los exponentes tan valiosos de la Isla.
En cuanto a la pregunta que da título a este trabajo, las palabras de Morales son la mejor respuesta: el teatro para niños y los títeres, los de nuestros días, han conquistado la luz gracias al fuerte poder de convencimiento que proyecta la hechizante presencia títere-hombre en tablados y retablos. Esperemos, entonces, que así siempre sea.
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