CENTRO CULTURAL PABLO DE LA TORRIENTE BRAU
Número 167, 31 de octubre de 2013
“Porque mis ojos se han hecho
para ver las cosas extraordinarias.
Y mi maquinita para contarlas.
Y eso es todo.” (Pablo)
“CRUZO LA CALLE Y ENTRO PARA SIEMPRE EN ESTE PATIO”
(Palabras del programa)
Querido Centro Pablo:
No sé ni qué decirte en medio de la urgencia de escribir este mensaje dirigido a todas aquellas personas conocidas o providencialmente desconocedoras de lo que significan mi nombre y mi apellido, que tendrán a bien, una vez más, cobijarse en tu patio para escuchar canciones amparadas en el hermoso lema “a guitarra limpia”. Pensaba y pensaba cómo poner en palabras justas lo que esta ocasión significa para mí y vino volando a mi memoria un verso del joven Retamar cuya poesía me sirve de custodia en cada uno de los lances donde apuesto todo lo que soy para que un escozor siempre el mismo me asegure que es posible traer al mundo una nueva canción armada con sonidos escapadizos entrelazando palabras “que ya no son palabras”; palabras como esa que acabo de inventar para ver si me entienden, hechas música.
Pasaba siempre por la acera de enfrente hacia la Plaza Vieja, miraba hacia tu puerta y respiraba profundo, sabiendo que en mi tierra, en mi ciudad, la gente joven con ganas de trova tenía asegurada una silla y unos ramajes a cuya sombra siempre podrían soltar su inspiración a voz en cuello. Nunca cruzaba, porque tenía muy clara la diferencia entre sus tiempos y el mío, por más que constantemente hubiéramos estado coincidiendo. Mis primeras canciones, igualmente biennacidas, concebidas en guaguas, en rincones de la casa a altas horas, tragadas por la pena y el miedo a que el vecino o la familia me oyeran malcantarlas, culpables –desde entonces– de este débil sonido de voz y guitarra que no pocas veces me echaron en cara, fueron recibidas, a corazón abierto por jóvenes cantantes desconocidos, que no tardarían en ganarse un lugar imperecedero en nuestra música y lo hicieron rodando de bar en bar, de pista en pista, de emisora en emisora y, cuando la suerte les hacía colocarse en la victrola de la esquina, barrios enteros las dejaban entrar por entre los balaústres de sus balcones, por entre los barrotes de sus ventanas. Así llegaron a las salas de concierto, así desaparecieron de la discografía nacional por el designio de alguna que otra mano alegre; clasificaron bajo el estigma de un cierto olor residual a alcohol o cigarrillos que, en sus primeros años de vida, se mezclaron con el aplauso bien ganado; agradecieron, años más tarde, elogios, premios y distinciones. En medio de ese sube y baja de una larga vida cuyo centro ha sido la lucha constante por tocar corazones con acordes de una o dos cuerdas pisadas, con giros melódicos que me parecieron los más hermosos y con las expresiones más sentidas que encontré, aparece María Santucho y me habla de traerme con mis canciones a este espacio y me dice que Heidi y que Marta y Heidi me dice que Pepe y que Jade y yo me pongo tan contenta que cruzo la calle y entro para siempre en este patio para tener la alegría de conmemorar edades gruesas de canciones añejas, abrazar a quienes toman la palabra hoy por hoy para decir lo suyo y a invocar, de todo corazón, a los que ya se fueron. Traigo también canciones recién nacidas a ver qué les parecen, y lo hago con la ilusión de siempre,
Querido Centro Pablo: yo creo que a mí no se me va a olvidar más nunca el sábado 26 de octubre de 2013.
Te abraza,
Marta (Valdés)
UN CONCIERTO Y UNA MUJER EXCEPCIONALES
Por Vivian Núñez
“Hoy no hay nadie lejos, todos estamos”, dijo Marta Valdés al iniciar su concierto del 26 de octubre en el Centro Pablo. Al concluirlo, casi dos horas después, me confesó que “ha sido emoción nada más: emoción, emoción… y muchas razones también”. En ese lapso de tiempo, con ella y sus amigos desde el escenario, todos fuimos mejores.
Fue un A guitarra limpia en un repleto patio de las yagrumas, en un concierto excepcional, como lo calificara Víctor Casaus, director del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, dedicado al Día de la Cultura Cubana. Fue una tarde-noche lluviosa, en la que nadie se movió de sus asientos, atrapados por la música de una mujer que, parafraseando la letra de unas de sus canciones, no sospecha, cuando nos está cantando, las emociones que se van desatando.
Afirmó Casaus en sus palabras introductorias que esta es la segunda vez que Marta está en ese espacio. En la primera, el 28 de noviembre del 2009, se le entregó el Premio Pablo, la máxima distinción que concede el Centro por, como escribiera entonces Alberto Faya, hacer de sus canciones “viajes al interior con mucho filin. No es posible cantar a Marta desde la superficie, como si uno no estuviera viviendo sus cosas o, mejor dicho: sintiéndolas”. Y añadió Faya entonces: “Pero Marta no sólo ha hecho música sino que ha sido descubridora, promotora, comentarista de fino lápiz, orientadora, acogedora y amiga del buen artista. ¿Qué más puede pedírsele a alguien?”
Cuatro años después, escribió la cantautora en las palabras del programa y recordó ahora Casaus, que “en medio de ese sube y baja de una larga vida cuyo centro ha sido la lucha constante por tocar corazones con acordes de una o dos cuerdas pisadas, con giros melódicos que me parecieron los más hermosos y con las expresiones más sentidas que encontré, aparece María Santucho y me habla de traerme con mis canciones a este espacio y me dice que Heidi y que Marta y Heidi me dice que Pepe y que Jade y yo me pongo tan contenta que cruzo la calle y entro para siempre en este patio para tener la alegría de conmemorar edades gruesas de canciones añejas, abrazar a quienes toman la palabra hoy por hoy para decir lo suyo y a invocar, de todo corazón, a los que ya se fueron”.
Y así fue. Se conmemoraron “edades gruesas de canciones añejas” comenzando con “Palabras” y la maestría de Lucía Huergo acompañándola, continuando con otros temas antológicos de más de cuatro décadas, como “Por si vuelves” y “Llora”. Se incorporó entonces el guitarrista y arreglista Rey Ugarte, para “invocar, de todo corazón, a los que ya se fueron”, entre ellos Aida Diestro, Elena Burque o César Portillo de la Luz, este último con un homenaje a su guitarra, “alma y sostén del viejo trovador”.
En este momento del concierto, ya con ocho canciones disfrutadas, “tengo regalos para ustedes y para mí”, anunció Marta. Y comenzaron a subir al escenario otros intérpretes a cantar junto a Marta o para ella, canciones de Marta y suyas, canciones de todos que este día sonaron diferentes al entregarse de manera íntima, sin formalismos. El dúo Jade, a quien Marta descubrió en un programa de televisión y admiró desde entonces por su trabajo tan cubano, fue el primero. Escogió de la compositora su “Canción fácil”, que “de fácil no tiene nada”, reconoció.
Después la sorpresa se fundió con los aplausos cuando apareció Gema Corredera, ausente de Cuba desde hace años, pero intacta en su cubanía y su voz inmensa. “¡Qué alegría más grande me ha dado la vida hoy!”, dijo Marta, mientras Gema se mostró emocionada de estar de vuelta en la Isla. Al final del concierto me dijo Gema que “fue algo precioso, muy lucido. Yo creo que este patio tiene ya la intimidad precisa para un evento como este, con una compositora como esta y con sus intérpretes. Yo me siento honrada de haber podido estar aquí hoy”.
Yusa se incorporó a la fiesta con su habitual talento, agradeciendo la suerte de haberse encontrado con la música de Marta; Ivette Cepeda sorprendió agradablemente –no estaba en el programa– pues no quiso dejar de recordarle a la anfitriona que “todo se vuelve tan lindo, tan familiar, cuando tú estás por medio”.
Ya casi al final, con 16 canciones compartidas, Marta dedicó un pensamiento especial a Sara González y recordó que las obras plásticas que nos acompañaron durante todo el concierto son de Héctor Veitía, su confidente también en asuntos musicales.
Y cuando la lluvia quiso hacer de las suyas y no pudo, se abrieron las sombrillas y comenzaron, ellas también, a danzar al compás del estribillo de “Orden del día”, un “bolerón cervecero inteligente” que Marta Campos comenzó a interpretar (“Ha sido algo tremendo, homenajear a una de las grandes de la canción cubana”, me dijo) y al que se sumaron todos los que esa noche regalaron pasión. “A quien pueda interesar” repitieron los intérpretes; “a quien pueda interesar”, cantó el público, entre el que estaban músicos, pintores, fotógrafos, cineastas, periodistas, viceministros, admiradores todos de la obra de Marta. Fue alegría, emoción, sentimiento. Y no podía ser de otra manera porque, como me dijera Marta instantes después, satisfecha y plena, “si no siento las cosas, para mí no sirven. Hay que tener sentimiento para echar para adelante las cosas”.
¡QUÉ ALEGRÍAS MÁS GRANDE LE DA A UNA LA VIDA, MARTA VALDÉS!
Por Xenia Reloba (Tomado de Cuba contemporánea)
A Mariela, que de algún modo también estaba ahí.
Si San Pedro pensaba que sus caprichos sabatinos nos iban a aguar la fiesta, se equivocó. Minutos después de la hora anunciada comenzó “la actividad”. Pocas veces un vaticinio tiene tanto sentido de antemano como aquel con el que Víctor Casaus, director del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, en La Habana, anunciaba el concierto: excepcional, dijo, y aunque no se habían escuchado aún las “Palabras” de Marta Valdés “a guitarra limpia”, ya lo sabíamos.
Bajo la mirada atenta de María Santucho y el entusiasmo de lo que Víctor suele llamar “el pequeño equipo” (lo que se cumple como que dos más dos), y otra vez en el patio de esa institución, que desde hace 15 años se ha convertido en uno de los espacios más ecuménicos para la música en Cuba, la mujer del filin, de “la belleza y la consecuencia” de pensamiento, venía a regalar unos cuantos clásicos y alguna que otra primicia, pero la sorpresa mayor estaba “entre telones” (se vale el guiño en estos días de teatro).
Lo confieso: me la había revelado una buena amiga que “está en todas”. En el papel, las infaltables Lucía Huergo y Marta Campos, Yusa –a quien la estancia habanera se le está quedando corta (¿o será nuestra añoranza aun después del concierto con Yissi en la Plaza Vieja?) –, las muchachas del dúo Jade, el ineludible Rey Ugarte con su guitarra…y fuera del papel ¡Gema Corredera!, secreto a voces y esperadísimo regreso que vale un aguacero, una ventisca o cualquier otro trauma atmosférico.
Pero San Pedro sabe lo que hace. A la hora señalada, las nubes hacen “mutis”, Lucía inicia el solo de “Palabras” y Marta se suma a puro filin porque: cuando hay “bomba”, no hace falta más. “Ya no existe nada lejos”, nos dice. “Todos estamos. Y esta es una cosa linda y hay que agradecerla, hay que agradecerla”. Gracias.
La primera parte es un lujo: ella con la guitarra y “Tú no sospechas”, “Si vuelves”, “Aunque no te vi llegar”, “Llora”, entre comentarios sobre ese acorde que se escapa porque aquella luz no la deja ver bien, y “a ustedes le habrán llegado estas canciones porque las tienen en la memoria…”, sí, y además, porque esto es “la gloria”, y anda una emoción juguetona tratando de escaparse, pero una se aguanta.
Luego son los homenajes. Ella y Rey tocándole la canción a “Aida” –la del cuarteto, claro–, con anécdota, afectos, sentimiento siempre. También a “Elena querida”, un tema más reciente, estrenado por su hija Malena en Miami. Y la “Guitarra portillaza” para el maestro César, que se fue y por ahí anda susurrando los títulos de sus temazos a manera de recordatorio desde las voces de Marta y Ugarte.
Todo tiene sentido. Hay un Rey, varias reinas e incluso un dúo Jade. Y las muchachas que ya están dando que hablar se aparecen con su atrevimiento, su talento y el “Son a Felina”, para “rematar” el momento con una “Canción fácil” que no lo es, pero que les queda como si lo fuera.
“Alabao, mi niña, venga pacá”, dice la anfitriona cuando llega el momento, pero nadie sube al escenario. “Venga”, insiste, y sube ligeramente el tono: “¿quién es mi niña aquí?”. Ya viene Gema (todo tiene sentido), “derramando luz”, y la maestra exclama: “¡Qué alegrías más grandes le da la vida a una!”.
Este sería el momento de encontrar las “palabras”, pero eso sí que no tiene sentido. Los milagros existen, hay algo que es sublime y más, si existe algo superior a lo sublime. No es una voz, es Gema, y por eso aquella canción que la gorda Freddy hizo suya hace décadas vuelve a ser posible esta tarde-noche en La Habana Vieja. Me alertan: “cantada por ella, para Marta Valdés, esa canción tiene lecturas tan…”, y ya estoy en ello: “Tengo todo lo que quiero puesto en tu recuerdo”.
Otra más para Marta y luego Gema con guitarra. ¡Alabao, niña, como si hubiera sido poco! Que si está nerviosa –y lo está–, que no está familiarizada con esta guitarra y van a decir que después de tanto tiempo vino a hacer un papelazo. Parece que no, que no se atreve. Hay una duda, sí está nerviosa. “Yo ni respiro para que duermas y no te vayas” (ya que estamos en el Centro, un paréntesis a lo Silvio, para que Gema cante y no se vaya).
Entonces viene “Despacito”, de Pancho Céspedes, y luego aquel tema con el que –recuerda Marta– empezaba la peña de inicios de los 90. Que la adora, ha dicho Gema, la conoce desde niña y la influencia se nota. Maestra y alumna están mutuamente fascinadas. “Yo ni respiro”, porque –como solía decir un amigo (quizás aún)– esto es una cosa tremenda.
Nos acercamos al final: Yusa, que hace varios años se apropió del sentido de la gratitud que hay en cada gesto y presentación de la Valdés, propone una versión instrumental de “Tú dominas”, con arreglo de Rey, a la guitarra, y ella al tres.
Ivette Cepeda está en el público y Marta la saca de paso: sube, porque si no la cantas tú, se queda fuera del concierto: “Sin ir más lejos”.
En un momento, la Cepeda llama a la otra Marta (Campos), quien tiene a su cargo el cierre, y aunque esta última es número uno en esta clase de descarga filinera, hoy está de ojos húmedos, corazón apretado y espíritu nervioso, con la letra del estreno final en la mano, como si se tratara de un talismán. “¿Ni para darte un besito, Marta Campos?”, insiste Ivette, y ambas se abrazan antes de que el tema concluya.
La Valdés agradece una vez más y evoca a “la Gordi bella”, a Sara (González), cuyo espíritu también debe andar por ahí, con el de algunos otros amigos idos prontamente.
Aire de lluvia. Marta Valdés retoma ese tono juguetón que siempre nos incluye y que ha primado hasta en los momentos más emotivos del concierto. Bromea. Ha inventado una nueva clasificación musical: el bolerón cervecero inteligente, y aprovecha para mencionar a Héctor Veitía y su familia (todo tiene sentido, anticipa la amiga avisada); son de él las fotografías que nos han acompañado.
“No me gusta la cerveza, más bien me gusta el añejo, pero hay que respetar la diversidad”, afirma la anfitriona antes de ceder protagonismo a su tocaya. Después de portarse bien, San Pedro insiste y surgen los paraguas. “¡Qué bonitos se ven!”, dice la Campos, por si a las nubes, los aguaceros, las ventiscas o cualquier otro trauma atmosférico se les ha ocurrido que hoy nos van a aguar la fiesta.
Ha sido posible contra todo pronóstico. Llovió y escampó, y ahora vuelve a llover, pero ya es tarde. El desfile de voces cantando y cantándole a Marta Valdés concluye con un coro masivo. Todas confluyen al llamado de la Campos y Gema improvisa: “a quien pueda interesar yo le canto mi bolerón”. Y seguimos: “a quien pueda interesar, a quien pueda interesar, a quien pueda interesar”.
Salud para Marta Valdés.
CIERTAS PALABRAS DE MARTA VALDÉS
Por Pedro de la Hoz (Tomado de Granma)
Sin Marta Valdés (La Habana, 1934), la canción cubana no sería la misma. Antes estuvo la trova, la de siempre, y junto a ella los muchachos y las muchachas del filin con sus rupturas inéditas y giros atrevidos, y la que ha venido después, ahora mismo, casi mañana.
Pero sin Marta sería imposible transitar el puente entre la tradición y la actualidad. Ella nos enseñó –nos enseña todavía– que la sencillez no es simpleza, que la poesía no es arrebato, que la auténtica canción crece en un lugar cercano al corazón.
Víctor Casaus lo sabe y por eso la invitó a guitarra limpia a compartir palabras y emociones en el Centro Pablo, casa de los trovadores cubanos de todos los tiempos.
Con su saxofón soprano, Lucía Huergo definió el ambiente con la frase inicial de “Palabras”, la canción que puso a orbitar en el imaginario popular a Marta en los años cincuenta al hacerla suya Vicentico Valdés, y una fina llovizna otoñal humedeció el crepúsculo, la guitarra y la frágil y sensible voz de la trovadora.
A la confirmación de los clásicos “Tú no sospechas”, “Aida”, “Llora” y una criolla que le pidió Humberto Solás para la banda sonora de Lucía, se sumaron estrenos que al difundirse también se harán clásicos, “Querida Elena” –con la Burke imbatible en la memoria– y “Guitarra portilliana” –a César lo que es de César–, y todo entre la maestría de los acentos y pulsaciones del guitarrista Rey Ugarte, la complicidad juglaresca de Heidi Igualada y MartaCampos, la condición virtuosa y vital de Yusa y el descubrimiento del dúo Jade.
Y luego el reencuentro entre Marta y Gema Corredera. La espléndida y madura intérprete que alguna vez de muchachita izó como bandera una pieza que Marta compuso para darle más aire a las representaciones de “El cangrejo volador”, de Onelio Jorge, electrizó literalmente al auditorio con sus versiones de la obra de la maestra, entre ellas “Tengo”, incluida en su último disco.
«Querido Centro Pablo: yo creo que a mí no se me va a olvidar más nunca el sábado 26 de octubre del 2013″, escribió Marta como una premonición en las notas al programa. Vaticinio cumplido: quienes fuimos testigos del acontecimiento tampoco lo vamos a olvidar.
UNA CANCIÓN PARA SALVARNOS DEL MIEDO
Por Rafael González Escalona (Tomado de Cubadebate)
“Aterricé en el mundo el día que llegué a mi casa con un bolero en la cabeza y le busqué los acordes en la guitarra, pero no tuve la curiosidad de anotar la fecha. Ese debió tomarse como el verdadero día de mi cumpleaños. Una canción fue siempre, en lo adelante, lo mejor que podía ponerme a inventar para salvar las tardes y las noches del miedo a lo desconocido.”
Marta Valdés
Es sábado 26 de octubre de 2013 y estoy de vuelta, una vez más, al patio del Centro Pablo. Aunque hoy día apenas vengo, aquí aprendí a amar la trova, que es lo mismo que decir aquí aprendí a amar la música toda. El motivo que me trajo en esta ocasión no es escuchar a un nuevo trovador; acá ando, como anda tanta gente, para presenciar un acto único, escaso: Marta Emilia Valdés Morales, Marta Valdés, hará concierto.
Escuchar a Marta Valdés en vivo es, desde hace años, un privilegio raro, un suceso mágico que solo unos pocos pueden permitirse ocasionalmente. Marta es historia viva; Marta Valdés significa filin, acorde melodioso, canción profundamente sencilla, conjuro de la poesía con la palabra de todos los días.
Es un concierto en primera instancia para los amigos, esos que ven a Marta cantar de tanto en tanto en la privacidad de las reuniones hogareñas. Pero es también un concierto para mí, para las varias generaciones que hemos crecido reverenciando, consciente o inconscientemente, las composiciones de Marta. Digo lo de inconsciente porque Marta, como Pedro Vargas, como Carlos Gardel, es una fuerza generadora de canciones que entran por los oídos hasta el pecho, donde se corre un poco hacia la izquierda para luego instalarse en la memoria –la imagen es suya–, lo que tiene por resultado que sus composiciones acompañen a la gente, de la mano de intérpretes mejores y peores, todos los días, en las alegrías y tristezas cotidianas.
En La Habana llovizna entrecortadamente, un goteo que no clasifica para lluvia pero sí para impertinencia climática. Marta se pasea inquieta, allá detrás del escenario. El día ha sido de intermitencias lluviosas, como si el clima, aunque no esté para conciertos al aire libre, sí se pusiera a tono con el tono lánguido de las letras de Marta.
Cuando suenan los acordes limpios de Rey Guerra con A guitarra limpia, Marta, los invitados y el público respiramos aliviados. Supimos, por fin, que habría concierto. Víctor Casaus hace la presentación del concierto y mientras, la lluvia se repliega, generosa. Rompe el silencio de la tarde un solo de Lucía Huergo, un paladeo introductorio de saxo en el que entra Marta Valdés, y la guitarra y su voz pequeñita se unen al saxo de Huergo y la tarde ya no es otra cosa que el mínimo universo que cabe en “Palabras” .
–Perdónenme si me equivoco– dice al finalizar el tema– pero tengo una luz dándome de frente y se me pierden los trastes, y en la casa no suelo ensayar para tener una luz que me ciega. ¡Cuánta gente hay aquí; el Centro Pablo es un tren de confluencias!
Y sin tomar descanso llega otro de sus himnos, “Tu no sospechas”, este sí a guitarra limpia.
Marta titubea, vacila, arpegia tambaleantemente, se apoya en las cuerdas como ciego nuevo que tantea el abismo antes de dar el paso. Los años, pienso, la vida y sus golpes silenciosos no pasan por gusto.
El filin trajo –y la Nueva Trova es deudora de ello– el valor de quienes no tenían demasiada voz, la ruptura del código de la melodía sobre la palabra, lo que tuvo como resultado una ganancia de la música toda, al lograr la combinación de armonías desafiantes y letras cargadas de sentido.
El año 1968, el del cierre de los bares y las cantinas particulares, el que mandó al paredón las victrolas y con ellos buena parte de la música que contenían, fue el año en que Marta compuso “Llora”, una canción por los amores que fueron, los que no fueron, los que serán. Una canción que cuando la canta hoy no sé si añora los amores fallidos o la magia de aquellos años.
El concierto que abrió con clásicos, da paso a una serie de composiciones homenaje a esos seres que vivieron la música y la ciudad junto a Marta, canciones dedicadas a la magnífica Aida Diestro, a su querida Elena Burke, a la guitarra de César Portillo de la Luz.
– Yo soy una farandulera– dirá más adelante–, mis canciones se hicieron en bares, cantadas acabadas de hacer, que en esos tiempos no había tanta disquera ni memorias.
Aun cuando yerre, me sorprende la habilidad de Marta para seguir componiendo a sus casi ochenta años y ser fiel a su costumbre de no caer en las trampas de la tonalidad, en la comodidad del acorde que corresponde. Su música es como esas mujeres que tras la gasa transparente de los velos juegan a esconder y descubrir su rostro, y que aun sin llegar a verlo del todo deja la certeza en quien la mira de haber presenciado algo misteriosamente bello.
Sobre el acto de la composición escribió una vez: “Pocas dichas he podido comparar al alumbramiento de una canción desde el momento en que empieza a rondarme, a interrumpirme el sueño. Ella me sale al paso por el camino que me conduce hasta la guitarra; yo me dejo sumergir sin remedio, la tuerzo y la enderezo, la saco a caminar y regreso al rincón donde, por fin, tacho esa palabra, le añado una cuerda al aire a aquel acorde y me deslizo hasta el alivio final.”
–Esto es un cumpleaños, aquí hay regalos para ustedes y para mí– comenta gozosa Marta Valdés, antes de dar paso a la segunda parte del concierto con el resto de sus invitados. Así llegó Jade, un dúo femenino, en estos tiempos que ya no parecen haber dúos femeninos, y que interpreta un “Son a Felina” que en su juego con las voces me recuerda a Gema y Pavel.
Y pensando en Gema y Pavel veo que sube Marta Valdés y dice “ven, mi niña”. Hay indecisión allá detrás del escenario y Marta casi grita “¿¡Quién es mi niña acá!?”.
– Ay señor, que alegría más grande nos da la vida. Cómo se puede aguantar, cómo se puede– murmura Marta Valdés, más para sí que para nosotros.
Y siento un montón de aplausos y no veo casi desde mi silla en el fondo del patio, pero yo ya lo sabía, aunque me prometí no creerlo hasta que se plantara delante de mis ojos. Ahí estaba, físicamente –por primera vez para mí– Gema Corredera.
Sigue el gran aplauso, y en cada palmada hay un mar de mensajes callados. Yo –y sé que el resto también– aplaudo por montones de razones: por el encuentro, por la confluencia, por la música, por la magia, por el retorno.
– No conozco esta guitarra, no sé qué hacer, estoy muy nerviosa– se disculpa, siempre con su sonrisa a cuestas, Gema.
En una esquina del Centro Pablo me erizo, tiemblo, lloro solitariamente amparado en la oscuridad; escuchar a Gema Corredera, ahí tan cerca de mí, es de las cosas más bellas que me ha regalado la vida. Gema y Pavel me sostuvieron, me levantaron, fueron la banda sonora de mis días tristes. Gema canta y el resto del patio desaparece para mí, solo estamos ella, la guitarra de Marta Valdés y yo.
–Agradezco que ya nada quede lejos– comenta Marta.
Ay Marta, con que sabiduría me embarcas en tus naves.
Me siento culpable, este es un concierto de y para Marta Valdés, pero Gema en pocos minutos me roba la crónica, como me robó antes el aliento con su tono infinito que atravesaba mis torpes blindajes de adolescente. (Sé que cometo una injusticia como cronista, pero viví dos conciertos, el de Marta Valdés, y los minutos en los que Gema Corredera cantó para mi alma. Espero puedan perdonar mi falta de objetividad.)
El concierto sigue con Yusa al tres junto a Rey Ugarte, en un instrumental virtuoso y filinesco, y luego un dúo de interpretación impecable, de esas que suenan en las noches de cabaret, entre humo y alcohol, perfectas -Ivette Cepeda y José Luis Beltrán, en la guitarra. Detrás viene otra Marta, la Campos, con “Orden del día” un tema que es a la vez “un aporte a la nomenclatura del cancionero cubano” según Marta Valdés, un “bolerón cervecero inteligente”. La lluvia reaparece con Marta Campos pero solo amaga, nos recuerda que está por ahí pero que nos va a perdonar esta vez porque Marta Valdés no canta nunca en público.
Al final del tema se fueron sumando todos los invitados, Marta incluida, para corear un a quien pueda interesar pegajoso que para a todos de las sillas. Solo ahora me fijo que, con excepción de Rey Ugarte y el otro guitarrista, todas las que pasaron por el escenario del Centro Pablo esta tarde noche son mujeres, un ejército bello de mujeres músicos venciendo la lluvia, el silencio, las barricadas del tiempo y el espacio.
Marta –que escribió alguna vez que suele mirarse en sus criaturas como si fueran un espejo que ha ido iluminándose con el paso del tiempo para devolverle la verdadera imagen de lo que es– debe estar bastante cerca de lo que llamamos felicidad.
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