Juan Antonio Borrego
TRINIDAD, Sancti Spíritus.— «Biba la independencia/ por la razón o la fuerza/ Señor alluntamiento de trinidad/ independencia o muerte» (sic), rezaba el misterioso pasquín, colocado de manera secreta en la fachada de la Iglesia de Paula en fecha tan temprana como los inicios del año 1822, inscripción que según estudiosos locales se conserva como tesoro del patrimonio en el Archivo Nacional.
El centro histórico trinitario y el cercano Valle de los Ingenios se encuentran incluidos en la lista del patrimonio mundial desde 1988.
Sea o no el primer cartel político ubicado en un sitio público de la Cuba colonial, como señala la historiografía, lo que sí está claro es que el mensaje, ahora grabado en bronce en el mismo sitio, anuncia desde bien temprano ese espíritu de lucha que por siglos ha acompañado a los habitantes de Trinidad, la ciudad que este domingo festeja sus primeros 500 años de fundada.
Por aquellos tiempos José Aniceto Iznaga y Borrell y el doctor José Hernández Cano capitanearon la que se conoce como conspiración de 1823; y tiempo después (1827) las ideas del primero lo llevaron a entrevistarse con el Libertador Simón Bolívar, para tramitar con este la independencia de Cuba, una empresa a la que se aventuró con toda su fortuna incluida.
El apoyo de Trinidad a la gesta emancipadora de 1868 ahondó la crisis del sector azucarero en la región, que al término de la guerra grande había reducido su producción a solo 3 mil bocoyes en las ocho industrias, que todavía se mantenían laborando en el decadente Valle de los Ingenios.
Los trinitarios proclaman con orgullo las hazañas del general Lino Pérez y del brigadier Juan Bravo en la guerra del 95, contienda en la que uno de sus hijos, Hugo Roberts, se desempeñó como médico personal del general Antonio Maceo en su campaña por Occidente, donde además cumplió otras misiones como oficial del Ejército Libertador.
La rebeldía de la región no terminó con la República, etapa en la que proliferan las manifestaciones de sus hijos contra los gobiernos de turno; las acciones a favor del pago del diferencial azucarero, una lucha que lideró hasta su muerte el dirigente obrero Jesús Menéndez; o los alzamientos de jóvenes revolucionarios en las montañas del Escambray, llegado el momento de la lucha insurreccional.
Con la Revolución en el poder, los enemigos se equivocaron más de una vez con Trinidad: primero fue la invasión trujillista —derrotada en horas— en agosto de 1959; luego, la idea de realizar el desembarco mercenario por sus costas, proyecto igualmente abortado; y casi de manera simultánea, la creación de decenas de bandas de alzados en las montañas del Escambray, algunas tan cercanas a la ciudad que incluso llegan a rozarla.
Hasta las mismas lomas a donde antes habían subido a hacer Revolución regresaron cientos de trinitarios, ahora con traje de miliciano, a librar una guerra contra el terror que costó al país más de 1 000 millones de pesos y cientos de vidas humanas, episodio que vino a confirmar la validez de aquel pasquín misterioso que hace casi 200 años amaneció colgado en la Iglesia de Paula.
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