Está en boga soltar palabrotas como parte del lenguaje corriente, fenómeno que se registra en el corte generacional.
Veamos.
Si eres sesentón o de más edad, se supone que te has enterado de la onda escuchando el léxico de tus nietos o frecuentando el cine. Y tu programación mental rechaza las palabrotas, salvo contadas ocasiones: cuando estás con los cuates o con los compas del trabajo; cuando no hay mujeres o menores delante; cuando estás muy enojado, en cuyo caso «se te escaparon». Si fuera de esas ocasiones empleas palabrotas, se verá forzado; y si llegas a prologarlo de un «con la disculpa de los presentes», no será difícil que escuches risitas.
Vamos a un segundo grupo de edades.
Si eres cuarentón o cincuentón, te encuentras situado en un singular intermedio: en tu casa, de niño, no se empleaba ese léxico; pero después -ya siendo joven o adulto- se comenzó a escuchar, y entonces lo adoptaste para no quedar como antigüito. Y no hubo problema, salvo una nota: no evidencias completa naturalidad, parece que te autocomentaras en el momento de pronunciar las palabrotas: ya ven, ya ven cómo yo también estoy en la onda.
Así, las generaciones de los abuelos y de los padres, resta la de los nietos, treintones, veintones o de menos edad. ¿Y qué vino a suceder? En tu casa, de niño, fuiste escuchando ese léxico en boca de tus padres, no hubo contradicción entre el hogar y la escuela, entre el hogar y el cine, entre el hogar y los cuates, y entonces sueltas las palabrotas con naturalidad. No piensas en el significado original de expresiones insultantes como chingar o muy cagado como algo muy malo o, al revés, algo muy bueno; igualmente el uso admirativo de pinche. Claro, todo depende del tono y contexto en que se digan pues se conservan ambivalentes, no han perdido su otro significado, el insultante o al menos negativo. Pero dentro de la conversación corriente -tal cual las emplea la generación de los nietos- se asimilan al resto, modifican su contenido al punto de querer decir lo contrario y así llegan a ser usadas sin rubor, como quien dice mesa o silla, frío o calor.
De palabrotas, se han convertido en palabras.
A este fenómeno han contribuido la literatura, los medios en ciertos países, algunos comics, y sobre todo Hollywood. Allí el shit y el focked se disparan como fuego granado.
Tal cual el tuteo generalizado y el abreviar las palabras, se trata de una tendencia dominante dentro de la lengua y, por lo que sé de otros países, se da a nivel mundial.
Ni modo, pos qué chingaos.
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