No hacen falta muchos calificativos para referirse a Juan Formell pues su obra se explica por sí sola. La mayoría de sus canciones, repletas de una estimulante mezcla sonora y grácil picaresca, pasaron a la historia no solo porque durante más de 40 años le han puesto fuego a las pistas de baile sino, también, porque a través de ellas se reconocen las esencias populares de un país, las vivencias de la Cuba profunda, el latir de las calles, el sentimiento del bailador que tras largas jornadas de trabajo se convertía en rey de la noche al ritmo, sobre todo, de títulos como La titímanía, Sandunguera, La Habana no aguanta más o Chirrín Chirrán, que en su momento fueron como un bombazo en el circuito musical cubano.
Si bien casi todos recuerdan los primeros himnos de Van Van, nacidos al calor de los años 70 y 80’ su obra es de una absoluta intemporalidad. Lo es porque la orquesta de Formell cambió el curso de la música popular con un nuevo estilo que estableció alianzas entre las derivaciones del mapa sonoro internacional y el acervo musical patrio, dando origen a un género que en su nacimiento evocó el son y la trova a través de una estética que bebía lo mismo del rock (Formell siempre tuvo los oídos muy abiertos a la obra de Los Beatles) que de la tradición sonora local.
Ese fue el comienzo de todo. El inicio de la leyenda que inauguró nuevos patrones sonoros y que, como casi siempre sucede en estos casos, vino acompañada también de una estética propia. De hecho es muy difícil que cualquier cubano que pase la curva de los 60 años no recuerde a los bailadores imitando la moda del célebre Pedrito Calvo cuando salía a defender las canciones de Van Van, arropadas por las reconocibles melodías y arreglos surgidos del oficio y la imaginación de Formell. Incluso el propio Pedrito, tras recorrer sus propios caminos creativos, nunca pudo escapar de aquella imagen de tipo campechano que hizo época entre los cubanos.
Por encima de todo, hay que volver a decirlo, la música de Van Van es un espejo en el que se puede mirar la historia de Cuba y las personas que han permanecido de diversas formas detrás de esa historia. Quizás, por eso, muchos cubanos no dejaron pasar la oportunidad de asistir espontáneamente al concierto para agradecerle a Formell por tanta música, por tantos momentos memorables y por tantas canciones que devolvieron la confianza y la alegría en los momentos más difíciles.
Quizás, por eso, el público comenzó a ponerle todas las ganas del mundo a la presentación desde que los explosivos rumberos de Yoruba Andabo abrieron el programa en la Tribuna Antimperialista con esos ritmos que son capaces de poner a bailar a medio mundo. Y desde ahí los espectadores comenzaron a darle libertad al cuerpo para mover las caderas y los hombros como si tratara, sencillamente, de cumplir con aquella máxima vanvanera de que aquí el que baila, gana.
El concierto fue un ejemplo de los verdaderos aportes de la música popular a la cultura cubana. Afincadas en la idiosincrasia popular criolla, las orquestas echaron mano en esta ocasión a títulos que encienden a los bailadores sin caer en el mal gusto ni en estrategias comunes que en un principio pueden hacer el trabajo más fácil. Desde el inicio los músicos dieron en la diana del homenaje y establecieron una increíble química con el público. Por ejemplo, en más de una ocasión se vio una masa humana cantando los temas de las orquestas y dando vivas a Juan Formell, frases que también se repitieron una y otra vez desde el escenario.
Se sabe que Van Van es un caleidoscopio de ritmos. Tiene lo mismo incrustaciones de salsa, rock, trova, son y jazz. Trasciende géneros y estilos para transformarse en una fiesta sin fin, algo que, sin duda conoce cualquier bailador graduado de las academias del Salón Rosado o de La Piragua. Por eso el notable pianista Frank Fernández se sumó al homenaje con su propia interpretación del Ave María de Schubert antes de tomar por sorpresa a los espectadores con una versión de Tal vez, uno de los grandes boleros de Formell que hizo época en la voz de Omara Portuondo.
Los bailadores saben que Bamboleo es una máquina perfectamente engrasada de hacer música popular. Lo suyo es anotar desde el primer momento con la potente fuerza rítmica que acompaña su repertorio. Aupada por su director, Lázaro Valdés la orquesta contagió de energía a sus seguidores con Ya no hace falta, uno de los caballos de batalla de su repertorio. Con idéntico tirón, Manolito Simonet y Alexander Abreu tomaron la noche. Conectado directamente con un concepto avanzado de la música popular, el vocalista y trompetista, con el motor de Havana D´Primera detrás y la maestría de Giraldo Piloto en la batería, atacó con Me dicen Cuba, otra de las cartas de éxito en su repertorio y celebró las lecciones musicales de Formell como mejor puede hacerlo este as de la cultura sonora criolla: cantando como si estuviera defendiendo su vida en el último ring de una pelea de boxeo por un título mundial. El público también agradeció los temas de Elito Revé y su Charangón, Los muñequitos de Matanzas, Pachito Alonso y sus Kini Kini, Paulo FG, Yumurí, Maraca, Maykel Blanco, Laritza Bacallao, Waldo Mendoza, Moncada, Luna Manzanares, La Charanga Latina, Raúl Torres, Mónica Mesa y La Colmenita, entre otros. Pero sobre todo uno de los momentos de mayor calado ocurrió cuando Pedrito Calvo, Mario Valdés, César “Pupi” Pedroso y Changuito, cuatro de los históricos de Van Van, se reunieron para volver a repasar piezas emblemáticas de la alineación.
Fueron muchas las orquestas de primera línea que calentaron la Tribuna como era de esperar en un homenaje con todos los hierros dedicado a colocar en su justa dimensión el legado del adelantado bajista y compositor. Por eso cada orquesta y cada músico que subió a la Tribuna defendió un mismo concepto sonoro, un sentido de continuidad y una filosofía que dejó claro porqué los ritmos populares cubanos, a pesar de todo, siguen siendo una institución en los escenarios internacionales en las últimas cinco décadas. Y, por supuesto, eso también se debe en buena medida al líder de Van Van, así como a todo ese público que durante cinco horas le agradeció a Juan Formell por toda la buena música que le puso a sus vidas.
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