La noticia de Rebeca Gallagher es una anécdota representativa de gran parte de la industria textil. Y muestra las relaciones entre el “viejo” capitalismo de explotación y el “nuevo” capitalismo de especulación financiera.

Por Santiago Asorey
Rebecca Gallagher es una chica de 25 años que vive en el sur de Gales. Esta semana se hizo conocida cuando varios medios de comunicación internacionales difundieron su historia. Rebecca compró un vestido floreado de Primark por 17 dólares y encontró dentro una etiqueta con un mensaje de un trabajador o trabajadora textil pidiendo ayuda. Las huellas en el mensaje del vestido floreado decían: “forzada a trabajar horas exhaustivas”. Después de leer eso Rebecca no quiso usar más el vestido. Ocasionalmente las marcas de la violencia del capitalismo más feroz cruzan el umbral que lo invisibiliza para surgir entre los pliegues de las mercancías. Muestran que el anverso de la cultura y sus mercancías están constituidas por una violencia oculta. En la medida en que el anverso de la civilización es la sangre, las horas de sobre-trabajó, los huesos de los obreros y marginados sobre los cuales los edificios de la cultura se construyen. Pero comprendiendo justamente que el rostro de la civilización se aboca con todas sus fuerzas a camuflar su marca fundante, la explotación laboral o la dominación financiera a través la deuda. En esa dinámica la civilización y la barbarie no expresan un conflicto de oposición sino una dialéctica. Nunca fue la civilización o la barbarie, más bien porque existe la barbarie es posible la civilización. Un ejemplo emblemático de como la civilización más sofisticada se sostiene sobre la barbarie son las denuncias por servidumbre de la ONG La Alameda a Juliana Awada, esposa del Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri.