Por: Katerine Subiaut Azcanio (katherine.subiaut@gmail.com) (1)
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Aclaro de antemano que estas líneas no van dirigidas a quienes encuentran su “media naranja” al otro lado del mundo. No importa dónde se conozcan: si la pasión brota, no hay quien detenga sus raíces. Aquí incluyo los afectos informatizados: aunque las cartas y telegramas agonicen por desuso, cada vez son más los que se enamoran por Internet, y en la misma medida, más duraderos sus romances.
Por supuesto que el amor –léase, de paso, la amistad– no tiene fronteras, pero ¿y el dinero?
Me refiero a aquellas y aquellos que prefieren las palabras en idiomas ajenos, el olor a protector solar, las chapas “T” de carros de alquiler y los billetes “verdes”. Es decir, los jóvenes que buscan siempre relaciones con extranjeros.
Con estos ojos he visto las muchachas vestidas provocativamente, detenidas en esquinas claves de Varadero, esperando que algún huésped de un hotel las invite a “dar una vuelta”; o las que lanzan miradas seductoras a las caravanas de jeeps que recorren la ciudad cargados de turistas; también quienes en las discotecas desprecian las invitaciones de cubanos, para dedicar sus movimientos de caderas a atrapar un pescado de aguas más lejanas y frías.
Algunas –e insisto, algunos, porque los hombres están empapados en el asunto– solo buscan sexo retribuido, pero otras quieren extender la aventura hasta convertirla en una relación más o menos estable, que pueda funcionar como garantía de salida del país o al menos como fuente constante de ingresos.
Mientras el novio o la novia extranjera están “afuera”, a muchos les parece inofensivo mantener una pareja adicional aquí en Cuba. Entretenerse, creo que sería la palabra justa. Entonces sí les gusta el “producto nacional”: solo por diversión.
Para lograr sus propósitos, se convierten en protagonistas de tramas novelescas, pero de los culebrones baratos. Por ejemplo, conmigo estudió una muchacha cuyo nacimiento resultó fruto de las maquinaciones de su madre: dispuesta a todo para “amarrar al alemán”, su progenitora se desprotegió deliberadamente hasta quedar embarazada. Por cierto, el germano nunca la volvió a ver.
¿Por qué la inclinación por los extranjeros? No creo que sea solo para matar de envidia a los vecinos. Obviamente, el peso en las causas lo tienen las dificultades económicas y la esperanza de emigración a un destino más desarrollado, aunque con los gastos pagados por un iluso deslumbrado ante la belleza y sabor tropicales.
Este comportamiento engendra múltiples peligros: el físico, por vincularse a desconocidos; el social, debido a la pérdida del prestigio y el respeto de los demás; y el más importante, el moral y psicológico, al cambiar sus sueños e ilusiones por baratijas.
Hablar de crisis de valores se vuelve recurrente; pero estas no pueden ser las pautas que rijan a las generaciones en formación. La familia desempeña un papel trascendental, engendrando los sentimientos de vergüenza y orgullo propios.
Es que quienes así actúan no solo importan a sus almas la banalidad; también exportan como triste imagen de Cuba, las huellas de soledad en las arenas blancas de nuestras playas.
Mientras su juventud se evapora, viven imaginando al príncipe azul –aunque muchas veces es un viejito verde– que algún día vendrá para rescatarlas del pan de la bodega, del tumulto en las guaguas y de paso, de la tierra que las vio nacer.
No es que vendan su cuerpo; es que regalan su posibilidad de enamorarse. ¡Enamorarse de verdad! Desinteresadamente, porque sí, o mejor: por atracción física, admiración, comunión de pensamientos, deseos compartidos, etcétera.
Tan corta resulta la vida, tan efímera, que parece realmente tonto desperdiciar las pocas oportunidades que tenemos de ser felices a plenitud, de tomar el amor por la mano y atesorarlo entre nuestros brazos, de sentir el verdadero sabor de la vida.
Tomado del semanario matancero Girón
(1)Katerine Subiaut Azcanio es editora del diario Girón de Matanzas, Cuba.
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