Para un chavista, el pragmatismo es la actitud más consecuente con el socialismo.
Reivindicar el pragmatismo como actitud para encarar y resolver los problemas desde una perspectiva ideológica chavista no debería escandalizar a nadie. La mejor demostración del evidente valor del pragmatismo se puede hacer por el método del absurdo, y consiste en intentar encontrarle alguna virtud a afrontar la resolución de problemas de la manera más improbable, enrevesada o desconectada de la realidad posible. El pragmatismo consiste, en su definición filosófica, en sólo considerar verdadero un postulado que funciona en el mundo real objetivo, y en consecuencia no tiene necesariamente una carga ideológica predeterminada. Por decirlo de manera sencilla, ser pragmático no implica ser menos de izquierda que alguien que se empecina en hacer algo que no funciona, ni constituye una capitulación ideológica frente a los postulados del adversario, por la simple y llana razón que el pragmatismo no tiene nada que ver con los principios ideológicos. De hecho, aceptar esa visión de que se es más o menos de izquierda según la postura que se tenga, independientemente de la capacidad de esa postura para transformar concretamente la realidad, es tener una visión muy negativa de la izquierda. Se es de “extrema” o de “ultra” izquierda, es decir se es más de izquierda, cuanto más alocadas sean las propuestas que se formulen y cuanto menos viables sean en la realidad presente o, peor aún, cuanto menos atractivas resulten para el cuerpo político de la nación. En realidad, se es muy de izquierda cuando se es como Chávez, es decir cuando se tiene por objetivo transformar la sociedad aquí y ahora, y se concentran todos los esfuerzos en conseguir los medios para lograr objetiva y concretamente esa transformación. Desde ese punto de vista, Chávez fue un gran, muy gran, pragmático.