viernes, 8 de mayo de 2015
Generalmente no escribo sobre los lugares de los conciertos antes de hacerlos, pero el caso de Casablanca es especial. Se trata de un barrio que visité a menudo durante mi adolescencia, más que nada por su poética belleza, aunque también por la sensación de estar haciendo un viaje. Y es que para llegar a aquel rincón pintoresco había (y hay) que cruzar la bahía en lanchones de aspecto vetusto, y como se decía que llevaban prestando su servicio desde tiempos inmemoriales, uno podía imaginarse a fines de siglo 19, o en la década del 30, asistiendo a alguna clandestina reunión de patriotas, o yendo a visitar a una dama de abanico y pañuelo.
Me gustaba tanto Casablanca que, incluso cuando salía de pase durante mi servicio militar, a veces invertía varias de las pocas horas que me daban para tomar la lanchita, cruzar la bahía y vagabundear sin rumbo fijo por sus calles. Y siempre que estaba allí acababa subiendo las largas escaleras, hasta los pies del Cristo de La Habana, para desde allá arriba escrutar la ciudad y soñarme volando sobre sus cúpulas y tejas.
Años después me tocó ir por simple necesidad, ya que en 1974, cuando se organizaba el Movimiento de la Nueva Trova, todos los lunes, a las 6 de la mañana, tomaba en Casablanca el tren del Hersey para llegar temprano a Matanzas, provincia que me había tocado recorrer en busca de trovadores.
El concierto de hoy (ya estoy hablando después de regresar) fue muy lindo, coloreado por la tropa segund@citera y su entusiasmo desbordante. Ahora voy a colgar esta entradita, aunque las fotos las pondré mañana porque están pasando la cuarta parte de Liberación y no quiero perderme lo que falta.
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