Diálogos de Paz
- Junio 10, 2015
- Escrito por Yira Castro
Cuando llegaron los primeros esclavos traídos desde África a Cartagena hace más de 400 años, se vio renacer la mano de obra obligada y gratis que el feudalismo casi había extinguido. Renace así uno de los negocios más rentables y criminales de la historia: la esclavitud, que se niega a desaparecer de nuestro universo y que ha mutado y se mantiene disimulada en el modo capitalista de producción.
Los hombres y mujeres de las costas africanas construyeron con sus manos la economía del Nuevo Mundo. Eso nos lo recuerda a gritos el 10,6 por ciento de la población colombiana, es decir 4 millones 316 mil personas. Población de origen africano que fueron desembarcados en tierra firme y convertidos en esclavos para contribuir con su trabajo a la prosperidad del viejo mundo luego de haber sido exterminada la población indígena.
Buena parte de la historia de la clase trabajadora colombiana, la única capaz de producir riqueza por medio del trabajo, la ha escrito con sudor y sangre la población negra, y la siguen escribiendo, las cuadrillas de negros en las plantaciones de caña de azúcar en el Valle del Cauca y el de las bananeras de Urabá; laborando en las minas de oro o bogando por los ríos o engrosando filas en los ejércitos de esta guerra. Sin olvidar que los afrocolombianos, palenqueros y raizales, han sumado sus rebeldías y han hecho un significativo aporte a la lucha por la emancipación de nuestro pueblo.
Las zonas habitadas por estas comunidades se han caracterizado por su organización y por la conquista de espacios democráticos mediante la lucha política. Se ha ido adquiriendo conciencia entre negros, mestizos pardos y mulatos, que el problema, no es de razas sino de clases, como tampoco hay diferencia en los explotadores; negros y blancos adinerados explotan por igual.
Los índices de miseria de las costas atlántica y pacífica, donde están los principales asentamientos afro colombianos, son los más altos del país. Allí, como en otras regiones de Colombia, la usurpación de tierras mediante el uso de la violencia paramilitar, ha beneficiado a empresas nacionales y transnacionales. Los funcionarios del Estado, amparados por decisiones institucionales se han prestado para agudizar el problema de la tierra en estas regiones.
Se hace urgente el reconocimiento y respeto de los territorios colectivos de la población afrodescendiente, indígena, palenquera y raizal, de sus formas organizativas y productivas propias de cada comunidad, como lo son los consejos comunitarios o las Zonas de Reserva Campesina y demás formas de asociatividad solidaria.
El Estado debe empezar a otorgar las garantías reales de participación política y social a estas comunidades, así como de otros sectores sociales excluidos, respetando las formas de participación política y social creadas de manera autónoma por ellas; en especial, todas aquellas orientadas a fortalecer la democracia directa y comunitaria.La construcción de la paz es un proceso que debe hacerse desde los territorios y las comunidades afros, indígenas y campesinas despojadas por la violencia paraestatal deben retornar a sus tierras.
Los pueblos del Pacifico y del Caribe colombiano esperan mucho del actual proceso de paz. Si se logra que el Estado proteja los derechos de sus comunidades, y dignifique la vida de sus habitantes, garantizándoles salud, educación, seguridad y trabajo, podremos decir que la paz se acerca a pasos seguros.
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