
MADRID.—Malos augurios y turbias realidades marcan el primer año del Decenio Internacional de los Afrodescendientes. Ante las imágenes de asesinatos en Estados Unidos, ahogamientos de migrantes en el Mediterráneo y manifestaciones racistas y xenófobas en Europa, alguien podría inferir el fracaso anticipado del programa adoptado en el seno de las Naciones Unidas para que en el plazo de diez años, hasta el 2024, los hombres y las mujeres de origen africano que habitan en las Américas, el Caribe y el llamado Viejo Continente sean humanamente dignificados.
Mientras en la capital española la pasada semana se reunían parlamentarios, intelectuales y activistas de Brasil, Colombia, Ecuador, Perú, México, Jamaica, Cuba, Estados Unidos, Senegal, Marruecos, Sahara Occidental, Guinea Ecuatorial, Cabo Verde, República Democrática del Congo, Suecia, Gran Bretaña, Suiza y España en la primera acción global del Decenio, Afromadrid 2015, dos sucesos daban la pauta de los graves desafíos por vencer; la masacre de nueve afronorteamericanos en una iglesia metodista episcopal de Charleston, y la campaña por el cierre en España de los Centros de Internamiento de Extranjeros, cuya sigla es CIE.
Los disparos letales efectuados por Dylann Roof revelan la persistencia de un cáncer profundamente enraizado en la sociedad norteamericana. Es como si las leyes de Jim Crow, que consagraron la discriminación desde el final de la Guerra de Secesión hasta los años 60 del pasado siglo, permearan la mentalidad de un sector que apuesta por la supremacía blanca.
Una página web presuntamente habilitada por el asesino, bajo el título El último rodhesio, en alusión al antiguo estado racista enclavado en el actual Zimbabwe, refleja una prosa espeluznante: “Los negros son el problema más grande para los americanos; son estúpidos y violentos (…) tienen un coeficiente intelectual más bajo, un reducido control de sus impulsos más bajos y niveles de testosterona más altos”.
En su día el historiador norteamericano Howard Zinn señaló: “No hay un país en la historia mundial en el que el racismo haya tenido un papel importante y durante tanto tiempo como en los Estados Unidos. El problema de la «barrera racial» o color line todavía existe…” No es solo un sentimiento subjetivo, ni una deformación psicológica de unos pocos blancos, sino una relación estructural, la formación económico-social de la nación norteña.
El mismo día en que se clausuraba Afromadrid, una multitud, con muchos jóvenes al frente, clamó en la Plaza Nelson Mandela, de la capital, por el cierre de los CIE. Así se denominan los nueve centros donde malviven los extranjeros indocumentados que arriban a España. Se supone que estos permanezcan dos meses en tales establecimientos, a la espera de que se les deje estar en el país o sean devueltos al lugar de origen. La mayoría son africanos, del norte y el sur, con una también muy definida color line.
Un acto similar al de Madrid, que incluyó una marcha desde el barrio de Lavapiés hasta la Puerta del Sol, tuvo lugar ese día frente al Ayuntamiento de Barcelona, convocado por la plataforma social Tanquemels CIE’s (Cierren los CIE) y con la presencia de la recién electa alcaldesa de la ciudad, Ada Colau.
Resulta elocuente un reportaje publicado el año pasado en el diario La Información: “La fotografía de todos ellos coincide. Régimen carcelario en toda regla. Habitaciones con verjas y literas, horas marcadas de comidas, salidas al patio”.
En Lavapiés se escuchó la voz de un inmigrante: “Siempre he vivido aquí, con mis amigos, mi familia. Todo lo que conozco está aquí. Fui interceptado por la policía en la calle y pasé 49 días en un CIE. Allí dejan de llamarte por tu nombre; te conviertes en un número, yo era el 917”.
El Movimiento contra la Intolerancia es una de las organizaciones que lidera la acción. Su presidente, Esteban Ibarra, ofreció a este enviado un panorama del racismo en las actuales sociedades europeas y particularmente en España: “En un escenario de crisis económica, el aumento del prejuicio xenófobo y del hostigamiento a la inmigración están servidos. Además, si a la crisis económica, originada por la dinámica de la acumulación de capital y su modelo neoliberal, y no por los inmigrantes, se le suma una crisis del proyecto democrático progresista y de sostenibilidad del estado de bienestar, el impacto es mucho mayor. La propaganda xenófoba y el discurso de la intolerancia se contraponen a la convivencia intercultural democrática como dos realidades irreconciliables”.
Esto que describe Ibarra implica una necesidad: luchar no solo por resolver casos puntuales, sino por dinamitar las bases del racismo estructural y las inequidades sociales. A ello se refirió en la clausura de Afromadrid 2015 el exdirector general de la Unesco, Federico Mayor Zaragoza: “Tendríamos que compulsar a los políticos y a los actores sociales para restablecer tanto al interior de las naciones como a escala global los valores de la igualdad, la justicia, la libertad y la solidaridad y dejar atrás la hegemonía de las leyes del mercado, así como transitar desde una economía de especulación y guerra a una de desarrollo sostenible que ponga fin a la explotación, a los desgarros sociales, y a la pobreza extrema que hoy ensombrecen la dignidad de la especie humana en su conjunto”.
El senegalés Doudou Diene, relator de Naciones Unidas para el tema del racismo, la discriminación y la xenofobia, compartió un punto de vista que considera imprescindible para que los objetivos del Decenio sean una posibilidad: “No sirve de nada ser pesimistas, por eso quiero que Afromadrid sea el tronco de un árbol que represente a la sociedad en un contexto de transformación muy concreto. Quiero que aquí, ahora, como afrodescendientes, recuperemos nuestras raíces de valores humanos y, lentamente, nuestras ideas se transformen en ramas. Hago mío un proverbio bamileké: si no sabes adónde vas, recuerda de dónde vienes”.
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