


Antón Arrufat acaba de cumplir 80 años. Aunque lo tenía bien sabido otras labores impidieron que nos pudiéramos llegar hasta el Centro Dulce María Loynaz, donde se le dedicaría un coloquio, y al reportarlo honrarlo también en nuestras páginas.
Con satisfacción publicamos ahora las respuestas que vía correo electrónico nos envió el afamado escritor —también dramaturgo, ensayista ¡y poeta!— distinguido, entre otros reconocimientos, con el Premio Nacional de Literatura; El Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar; el Alejo Carpentier y más recientemente el Nicolás Guillén, estos dos últimos otorgados por la Editorial Letras Cubanas del Instituto Cubano del Libro.
Miembro de la Academia Cubana de la Lengua, Arrufat fue uno de los autores a los que se les dedicó en el 2008 la Feria Internacional del Libro y entre sus más significativos títulos rezan: El vivo al pollo (teatro); Los siete contra Tebas (teatro); La noche del aguafiestas (novela); El envés de la trama (cuento); y de poesía, Ejercicios para hacer de la esterilidad virtud y Vías de extinción.
Aun con sus 80 cumplidos y habiendo escrito un poemario como Vías de extinción, en el que se respiran los inevitables declives humanos, en sus parlamentos asoma siempre con irreverencia la juventud, tanto por la alusión a un pasado omnipresente que siempre lo acompaña, como por la frescura y espontaneidad de la palabra, en la que se le sienten palpitar púberes energías.
“La senectud es asunto y preocupación de los otros. Solo he sido consciente de los años transcurridos cuando he visto envejecer a un amigo dilecto. Esa impresión o ese descubrimiento está en el poema Arte de ver su cercanía. Cada edad tiene sus desdichas y su esplendor. A ellas me acojo”.
—En un poema suyo varias veces antologado usted se pregunta qué nos trae el amor. Yo le pregunto ¿qué le ha traído a Antón Arrufat una vida dedicada a la literatura?
—Algunas páginas escritas que tal vez valgan algo o que permanezcan, lo que resultará difícil. Me han traído algunas amistades valiosas y duraderas. Momentos llenos de vicisitudes y de peligros, que me han adiestrado y fortalecido. Horas y horas de soledad, encerrado en un cuarto, ejerciendo en secreto el oficio más solitario del mundo. Algunas bellas ediciones que me gusta tener en los estantes. Envejecer sin apenas darme cuenta.
—Un libro que escribió, Ejercicios para hacer de la esterilidad virtud, nos lo muestra, a un tiempo, como maestro y aprendiz de la vida. ¿Considera que vivir nos hace maestros o eternos principiantes?
—Vivir es lo único que tenemos. Cuando se habla de aprender a vivir, parece aludirse a un resguardo, a una protección. Para vivir la única
protección apetecible, es contar con un salario, con una entrada. El resto es aventura.
—¿Cómo se amoldan en el escritor que es la novela, el teatro, el poema y el ensayo? ¿En cuál de estos géneros por los que ha transitado se ha sentido más feliz?
—La poesía, no los poemas, es el centro irradiante de cuanto he escrito. Cada género se refleja en el otro, se anuncian entre sí. Para mí solamente hoy quedan dos géneros, la prosa y el verso. Los momentos en que escribo poemas son los más dichosos.
—¿Qué le dice en estos lejanos tiempos, un espacio como Lunes de Revolución?
—Lunes fue un gran momento, tanto de mi vida como escritor como de la cultura cubana. Es tan inolvidable para mí como para los demás, tanto para sus enemigos como para sus partidarios.
—De tener todo el tiempo para ello ¿qué empezaría a escribir ahora mismo? ¿Qué no quisiera que se le quedara por hacer?
—Tengo varios libros empezados, dos novelas y uno sobre la ciudad. El no tener tiempo es culpa mía. Todavía juego con él como hacía de muchacho.
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