


A Néstor Jiménez (Trinidad, 1962) la mayor parte de los espectadores del país lo reconoce de inmediato. Sus interpretaciones, desde que comenzara su carrera profesional en el programa de televisión Para Bailar, están marcadas por una organicidad y naturalidad peculiares. El actor posee la vitalidad y la inteligencia que garantiza una rápida comunicación con el público, pero sobre todo asume la profesión con la objetividad de la sinceridad y la perenne búsqueda del conocimiento.
La actuación le ha desarrollado un pensamiento crítico hacia la vida, “el hecho de leer tanto, de investigar, de saber las razones de las cosas, da la oportunidad de discernir y defender lo que se está diciendo. El actor tiene que saber el porqué de las cosas”, confiesa este hombre que habla directo, sin tapujos y con quien charlamos durante casi una hora en la redacción de nuestro diario.
Como siempre, para conocer la trayectoria artística de nuestros entrevistados, comenzamos por el principio:
—¿Cuándo le empezó a interesar la actuación?
—Yo no tenía el más mínimo referente de qué cosa era ser artista. Mi padre era médico y en mi casa se respiraba medicina. En mi época de estudiante de secundaria había un movimiento artístico aficionado muy grande en cada escuela. Se creó un grupo de teatro y yo más bien por embullo, curiosidad, y por mi hermana Luisa María, me decidí a formar parte del elenco.
“Parece que el instructor me vio buenas condiciones y se decidió a montar una obra que se llama Santa Juana de América; me dio el personaje de
Manuel Ascencio Padilla. Por ahí, la actuación me fue conmoviendo, me hizo sentir distinto y de alguna manera comencé a pensar que eso era lo que quería hacer.
“Luego participamos en varios eventos hasta llegar al Festival Nacional de la FEEM, que se hacía en aquella época. Recuerdo que la primera vez que actué en un escenario fue en el Hubert de Blanck. Seguimos haciendo teatro hasta que Luis Alberto García padre, primo hermano de mi madre, nos avisó a mi hermana y a mí que había una convocatoria para entrar en la ENA y nos presentamos a las pruebas. Entramos en la escuela en el año ´75 y después seguimos para el ISA”.
—Ya que menciona a Luisa María, también una gran actriz, quisiera saber ¿cómo ha sido la relación entre ambos en el plano profesional?
—Mi hermana es una artista muy profesional, una persona entregada totalmente a esta carrera. Tiene una visión muy exacta de lo que se puede hacer y lo que no, de hecho ella es mi mejor censor y también la persona que mejor me halaga cuando le complace lo que hago. Tengo absoluta confianza en su criterio y mucha fe en ella como artista y en su fortaleza como persona, por sus deseos de vivir y de seguir haciendo cosas en el arte.
“Hablo de esto justamente porque mi hermana el año pasado pasó por un proceso de enfermedad muy fuerte, que pensábamos que la íbamos a perder y lo rebasó con una valentía tremenda. Hoy no pasó nada por su vida, no hubo secuelas y creo que toda su fortaleza me hace tener en ella una confianza infinita. Discutimos, nos fajamos como hermanos, pero desde el punto de vista artístico, de su voluntad como ser humano, tenerla como hermana es un privilegio”.
—Una vez graduado, qué vino primero, el teatro, la televisión o el cine.
—Vino primero la TV con el programa juvenil Para Bailar. Aunque en la época de estudiante, desde el tercer año de la carrera, nos vinculaban a distintos grupos de teatro. Estuve en el Teatro Político Bertolt Brecht, donde luego quedé como actor, y también hice algunas cositas con Teatro Estudio. En el cine, lo primero fue Los pájaros tirándole a la escopeta.
—Hablamos de la TV y me viene a la mente un programa infantil que a muchos nos divirtió enormemente, La hora de las brujas, ¿qué recuerdos tiene de aquella época?
—Fue un programa muy interesante dirigido por Manolito Gómez. A la gente le gustó mucho y aunque estaba dirigido a los niños, los adolescentes y los adultos lo veían con mucho interés. Tenía una gama de matices un poco rara para la TV, pues la bruja —interpretada por María Isabel Díaz— era buena, el príncipe era tonto y feo, nada que ver con los cánones establecidos; yo hacía el Espíritu burlón. Lo mejor que tenía La hora de las brujas era que nos divertíamos mucho y se hacía en vivo.
“Sabíamos que gustaba y siempre poníamos empeño para que saliera bien, lo hacíamos entre todos y había una colectividad muy grande”.
—Cree que hoy en día se pueda hacer un programa así, en vivo.
—Creo que sí, lo que pasa es que la TV tiene tantos problemas, que no permiten hacerlo. Este tipo de programas, como La hora de las brujas, en los que tienes que actuar y saber que si te equivocas tienes que resolver en ese momento, es un ejercicio excelente. Hoy el video te permite muchas cosas, incluso que trabaje mucha gente sin talento.
—¿Cuál de los tres medios es el de su preferencia?
—Ahora mismo después de tantos años prefiero el cine. Hago teatro porque me va por la sangre, aunque ya no con tanta frecuencia. Pertenezco a Vital teatro, tengo un vínculo muy cercano con el grupo, siempre participo en los ensayos, voy a las funciones y doy mi criterio. El teatro es fantástico y creo que toda persona que quiera desarrollarse en esta carrera tiene que pasar por el teatro.
—Usted es muy versátil y le imprime mucha naturalidad a sus interpretaciones. ¿Se considera un actor de método?
—Soy absolutamente stanislavkiano, y eso tiene que ver con nuestra formación y los profesores soviéticos que tuvimos en el ISA. Nos enseñaron el rigor y la responsabilidad de subirse a un escenario. La seguridad que da dominar cierta y determinada técnica es lo que te da la clave para que después puedas hacer cosas que trasciendan.
—¿Qué lo motiva a escoger un personaje?
—El personaje me tiene que conmover, desde el guion. Tengo que ver las aristas que me permitan darle matices, eso no siempre se puede hacer porque no siempre te puedes empatar con un buen guion y el déficit de guiones buenos es abismal.
“Cuando no me conmueve el personaje, me conmueve lo que me van a pagar, porque tengo que vivir y no me puedo dar el lujo de estar rechazando cosas, aunque aclaro que tampoco hago todo lo que me proponen. En los años que tengo de trabajo lo que busco es la parte donde me pueda divertir con el personaje, así sea trágico.
“No siempre se tiene la posibilidad de hacer un personaje que sea de tu complacencia total, desde el punto de vista dramático. Haga lo que haga, y más en una carrera como esta, si no trasciendes no valen la pena tantos años de sacrificio y de esfuerzos que tienes que hacer para que las cosas malas que te caen, tratar de hacerlas con la mejor voluntad posible”.
—¿Cuál es el personaje que más lo ha marcado y el que le ha costado más trabajo asumir?
—El que más me ha marcado fue uno que no me costó tanto trabajo y es el Chino de Zafiros, locura azul. Hacer esa película fue una fiesta, a pesar de la responsabilidad que teníamos pues estábamos representando la historia de un cuarteto muy famoso en la década de los 60 en Cuba. En mi caso particular, que no me parezco físicamente al Chino, la gente lo asimiló, por eso te hablaba de la trascendencia, esa es la grandeza del arte. Todavía hay gente por la calle que me dice el Chino de los Zafiros.
“El que más trabajo me ha costado asumir ha sido precisamente el de una película reciente que se llama Regreso a Ítaca. Ha sido una de mis experiencias más grandiosas en el cine, porque hicimos cine como si estuviéramos haciendo teatro. El personaje se llamaba Amadeo y fue un trabajo duro, de desgarramiento interno que, además, coincidió con la enfermedad de mi hermana. Mi esposa me ocultaba muchas cosas para que yo pudiera hacer la película, sin el apoyo de ella no hubiera podido terminar porque la preocupación era muy grande”.
—¿Qué otro papel le gustaría interpretar?
—¡Oh! Imagínate tú, de la dramaturgia universal me gustaría hacer Yago, de Otelo. Es un personaje que desde que estudiaba siempre lo he querido hacer y, por supuesto, cualquier cosa del teatro sicológico norteamericano… si la vida me alcanzara.
—¿Cuán importante es un buen director?
—Esa es otra parte de la historia. Un buen director es tan importante que puede hacer que algo que no sirva, funcione. Un buen director de actores sabe perfectamente qué cosa es lo que tienes qué hacer y en qué momento. Ahora hay pocos directores así, creo que hay más malos directores de actores que malos actores.
—Terminemos con la trascendencia, entonces, ¿qué le aconseja a los que se inician en esta carrera?
—Responsabilidad y cultura. La actuación es una carrera cruel, el que piense que es pararse en un escenario o frente a una cámara está muy equivocado. El actor tiene una responsabilidad, llevándola al deporte nacional, cuando te den el bate tienes que dar el jit.
“A mí me gusta mucho mi profesión, es lo único que sé hacer, se lo agradezco todo a ella. Soy un hombre satisfecho profesionalmente, incluso con las cosas que me han quedado mal. No me avergüenzo de nada de lo que he hecho.
“En la calle, la gente me saluda con afecto, cariño, con respeto. Se me acercan con esa cosa del agradecimiento de que si estoy, entonces vale la pena verlo y eso es lo importante”.
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