Por: René Fidel González García
Hay que creer lo que se piensa, y sostener lo que se cree.
cualesquiera que sean nuestras fuerzas, está prohibido abdicar.
Romain Rolland
Muchos de mis coterráneos, incluso algunos que estaban en Venezuela durante la auténtica paliza electoral recibida por el gobierno venezolano y su estructura partidista, reaccionaron estupefactos y sorprendidos, desorientados y fundamentalmente pesimistas, sobre el destino de la Revolución que iniciara Hugo Chávez Frías en la década de los 90 del siglo pasado.
No me detendré en un análisis de las causas de ese resultado electoral. Entender que las revoluciones pueden ser derrotadas es siempre un dato crucial. Ello es pertinente, incluso, a aquellas victoriosas y que han logrado mantenerse en el poder durante mucho tiempo. La derrota de una experiencia revolucionaria no es nunca, aunque dolorosa y terrible, absoluta. La suma de sus errores, de las adversidades y desafíos que enfrente, y la capacidad de sus enemigos para aplastarlas o destruirlas taimada o violentamente – la mayor parte de las veces de la segunda forma – puede explicar, de muchas maneras, su derrota pero no su fracaso.