
Imagen de una calle venezolana. Foto: Ueslei Marcelino/ Reuters.
“¡Defiéndannos, ustedes que saben escribir!”, le pedía una anciana a Carpentier y a los intelectuales que lo acompañaban, en julio de 1937, a su paso por un pequeño pueblo castellano, muy cerca de la asediada capital española. El escritor cubano recogería la anécdota en las crónicas sobre el II Congreso Internacional en Defensa de la Cultura que publicaría en la revista Carteles [1]. La exigencia tenía un fundamento: el pueblo español nos defendía a todos con las armas en las manos.
No hay cultura sin hombres y mujeres concretos. Bertolt Brecht lo había dicho durante el I Congreso, celebrado dos años antes en París: “Compadezcámonos de la cultura,